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El duro invierno sin lluvias que está secando a Europa / Mauricio Vargas
El cambio climático deja un invierno que ha secado lagos y suelos, y reducido a mínimos los ríos.
Fotografía del 26 de febrero del río Loira. Foto: AFP
Desde hace una semana, una corriente helada procedente de Finlandia ha sometido a buena parte de Europa occidental a temperaturas bajo cero, con días muy fríos, noches glaciales y gélidas ráfagas de viento de hasta 40 kilómetros por hora. Nada anormal para este momento del año, salvo porque no hay lluvia, ni hielo ni mucho menos nieve: las nubes grises características de esta época del año han brillado por su ausencia, y han dejado su lugar a un cielo azul infinito que cubre ciudades y campos y simboliza la peor sequía que sacude a estos países en muchas décadas.
Durante casi 40 días, no ha habido en Francia un solo aguacero importante, lo que marca la más prolongada sequía meteorológica desde que hay registros. Al analizar la pluviometría en 30 ciudades del país, el diario parisino Le Figaro constató que durante las tres primeras semanas de febrero cayeron 2,5 milímetros de lluvia contra un promedio histórico, para las mismas fechas, de 52,3 milímetros. La reducción es del 95 por ciento, algo jamás visto.
En gran parte de España, dos meses sin lluvia han llevado las reservas de agua a niveles del 44 por ciento, cuando el promedio histórico solía mantenerlas en 63 por ciento para este momento del año.
Aunque este invierno todo luce peor, el fenómeno se viene agravando desde hace algunos años: entre octubre y febrero, llueve ahora en España un 36 por ciento menos que el promedio registrado entre 1981 y el año 2010.
En Italia, los niveles de los lagos Como y Garda están 70 centímetros por debajo de lo que era normal en estos días, y muy cerca de las marcas históricas más bajas, que bien pueden ser alcanzadas si no llueve en los inicios de marzo. En el cantón alpino de Tesino, en Suiza, cerca de la frontera con Italia, la última vez que llovió fue el 8 de enero: en la mitad sur del país, las lluvias han estado este año un 50 por ciento por debajo del promedio.
Al otro lado del canal de la Mancha, en las islas británicas, conocidas por sus cielos grises y sus lluvias recurrentes, la sequía también se ha hecho sentir. En Escocia ha llovido apenas un poco más de la mitad de la media histórica. Y en el sur de Inglaterra, en febrero solo cayó el 6 por ciento del agua que suele llover en el mes. Para el conjunto de Inglaterra, es la peor sequía en más de 30 años. Y si continúa unos cuantos días más, será la peor jamás registrada.
“El mes de febrero que termina es el de menos lluvias desde 1959”, confirmó la cadena Metéo, el canal de televisión francés especializado en el clima. El escenario se ve agravado porque el déficit de lluvias viene de tiempo atrás. De los últimos 20 meses, 17 han estado por debajo del promedio de precipitaciones, de modo que lagos, ríos, suelos y subsuelos arrastran un déficit que se vuelve cada día más inquietante para el suministro de agua con destino a la agricultura, la ganadería y el consumo humano.
Lo más delicado es que la carencia de lluvias durante el invierno, acentuada a lo largo de febrero, ocurre justamente en el período de recarga de los cuerpos de agua y de las capas freáticas en el subsuelo, que va de septiembre a marzo. Se supone que estos meses invernales permiten preparar las reservas naturales y llenar los embalses para la llegada del verano, cuando no solo llueve menos, sino que las altas temperaturas aceleran la evaporación.
“Francia está en estado de alerta, las luces de advertencia están en rojo”, dijo este domingo el ministro de Transición Ecológica, Christophe Béchu. “Tenemos más de dos meses de retraso en el proceso de recarga de las capas freáticas”, agregó antes de anunciar que, en pocos días, el Gobierno fijará restricciones al riego de jardines y campos deportivos, y al lavado de carros y aceras, entre otras medidas. “Afrontamos un estrés hídrico inédito”, remató.
Béchu enfrenta severas críticas de la oposición ecologista y de izquierda por la demora en la toma de decisiones, y por las poco ambiciosas metas del llamado Plan Agua, anunciado hace algunos días por el Gobierno y que prevé reducir en un 10 por ciento el consumo total de este vital líquido en Francia.
Fotografía del 26 de febrero del río Loira. Foto:AFP
Otros casos
La semana pasada, las imágenes de las góndolas de Venecia varadas sobre el oscuro fango del lecho de los canales hicieron noticia en los medios audiovisuales. Son parte del fenómeno de bajamar que se repite todos los años entre enero y febrero. Y aunque lo ocurrido no es atribuible a la sequía que sacude este inicio de año a Europa occidental, la duración sí resulta excepcional.
Según el Centro de Previsión de Mareas de la ciudad, la inquietud no tiene que ver con la bajamar recurrente de estos días del invierno, sino con la forma como se ha prolongado un fenómeno que antes duraba pocos días y ahora alcanza dos semanas. El régimen anticiclónico que golpea a Europa occidental en estas fechas ha agravado las cosas en Venecia, pues “actúa como una barrera a las lluvias que también nutren los canales”, según ha explicado un vocero del Centro.
El déficit de agua se vuelve crónico y vamos a tener que aceptar que tendremos menos frutos, y que la producción de olivas y de aceite en España se va a reducir y el producto se va a encarecer.
A 1.700 kilómetros al suroccidente de la legendaria ciudad italiana, la sequía también causa estragos en los campos de Andalucía, en España. Los olivares, alma del paisaje y clave de la economía, han sufrido como pocos la escasez de lluvias. Aunque se trata de plantas acostumbradas a sobrevivir con poca agua, la sequía de enero y febrero se ha sumado a un 2022 que ya estuvo muy por debajo del promedio en materia de aguaceros.
El efecto resulta visible en los campos sembrados de olivos: la carga de aceitunas es entre un tercio y la mitad menos de lo que solía ser. Ante la carencia de agua, los olivares reaccionan dejando caer sus frutos en formación —que consumen esa humedad—, y las olivas que siguen en sus ramas no crecen como antes, pues para ello necesitarían más agua de la que disponen.
Para los cultivadores, en la cosecha de este año habrá menos aceitunas y las que habrá serán más pequeñas. “El déficit de agua se vuelve crónico y vamos a tener que aceptar que tendremos menos frutos, y que la producción de olivas y de aceite en España se va a reducir y el producto se va a encarecer”, aseguraba hace poco el agricultor andaluz Paco Cante a la cadena Radio Francia Internacional.
Las quejas se hacen sentir también en Extremadura, en las dehesas dedicadas a la crianza de los cerdos para el jamón ibérico. Temperaturas más altas y mucha menos agua han reducido los pastos y las bellotas, y los cerdos que para febrero deberían estar cerca de los 150 kilos por ejemplar están un 20 por ciento por debajo de su peso.
Habrá menos animales, los que habrá pesarán menos y todo esto llevará a una reducción de la producción del afamado jamón y, claro, a un significativo aumento de su precio.
El panorama es similar en las regiones de alta producción láctea, en Francia, Suiza e Italia, así como en los viñedos ses, italianos y españoles, y en los campos de producción de cereales, cítricos, manzanas y ciruelas. La alerta ha obligado a pronunciarse a los gobernantes: “Hace falta que todos pongamos atención a este recurso que se vuelve muy escaso —dijo este fin de semana en el Salón de la Agricultura, el presidente francés, Emmanuel Macron— y que caminemos hacia la sobriedad en el consumo de agua”.
Así se ven algunos canales de Venecia luego de que se secaran. Foto:Andrea Merola. EFE
El verano y el futuro
Meteorólogos, geólogos y ecologistas se alarman ante la perspectiva de una crisis en el abastecimiento de agua este año, en varias regiones de Europa. Durante el verano de 2022 hubo muchas semanas sin lluvia, que dejaron las fuentes y reservas en niveles muy bajos. Las precipitaciones del otoño, que debían permitir recuperar los promedios, fueron inferiores a la tradición. Y las del invierno han estado marcadas por niveles aún más reducidos, en especial por la larga sequía de mediados de enero a fines de febrero.
Si no se producen lluvias inusualmente altas en la primavera, el verano de 2023 va a disparar la escasez para agricultores y ganaderos, para la industria alimenticia y de otros sectores con alto consumo de agua, así como para los humanos.
De acuerdo con la hidróloga sa Emma Haziza, fundadora de Mayane, un centro de investigaciones sobre los efectos del cambio climático, “la aridez de las tierras avanza a grandes pasos: debemos pensar en nuevas y más inteligentes formas de recuperar agua en el invierno y en cómo extender las capas vegetales, o de lo contrario enfrentaremos penurias repetitivas”.
Aunque por estos días es noticia sobre todo en Europa occidental, la sequía es un problema planetario cada vez más grave.
Según un reporte de las Naciones Unidas divulgado el año pasado, desde inicios del siglo los episodios de sequía en el planeta, y su duración, han aumentado un 29 por ciento.
Desarrollado en el marco de las tareas que fijó la Convención de la ONU contra la desertificación, el informe calcula que, durante 2022, más de 2.300 millones de personas estuvieron enfrentadas a riesgos o situaciones efectivas de escasez de agua. Unos 160 millones de niños viven en zonas expuestas a sequías prolongadas, con la secuela de falta de agua para consumir y de carencia de alimentos por la aridez de los campos.
Sostienen los expertos de la ONU que, si nada cambia, de aquí a 2030 más de 700 millones de seres humanos estarán en riesgo de desplazamiento por cuenta de las sequías que asolaran regiones enteras en los cinco continentes. Para 2050, los períodos de sequía podrían golpear, en mayor o menor grado, a tres cuartas partes de la población mundial. Es otro más de los frentes en que las alarmas por el cambio climático se acumulan, mientras las acciones correctivas tardan y, cuando llegan, resultan insuficientes.