El levantamiento liderado por los “señores de la guerra” del Grupo Wagner destaca, una vez más, los riesgos inminentes y existenciales que representan para el mundo la inestabilidad y el escalamiento de las tensiones internas en una potencia nuclear como Rusia.
Desde que la invasión a gran escala de Rusia en Ucrania comenzó el año pasado, y especialmente desde que quedó claro que Putin no lograría la victoria rápida que aparentemente esperaba, apareció un escenario de pesadilla. Putin podría ser expulsado del Kremlin, dejando atrás una Rusia fragmentada donde varios “señores de la guerra” compiten por el poder, incluido el control del arsenal nuclear más grande del mundo.
Aunque la sublevación de Yevgeny Prigozhin no se materializó, no hay garantía de que otro no lo siga, especialmente a la luz del apoyo que el líder de Wagner parece disfrutar entre algunos segmentos de la población rusa.
Pero, incluso si Putin permanece en el Kremlin, las armas nucleares rusas representan un riesgo inminente. Después de todo, es la amenaza de una escalada nuclear la que ha impedido que Occidente intervenga militarmente para defender a Ucrania y ha obligado a la Otán a calibrar cuidadosamente el apoyo militar a los combatientes ucranianos.
Las posibilidades del uso de armamento nuclear
De hecho, Putin ha recordado repetidamente a Occidente que debe tener cuidado. En el 2014, cuando Rusia invadió la región de Donbás, en el este de Ucrania, y anexó Crimea, el país modificó su doctrina militar para incluir el uso de armas nucleares en respuesta a un ataque convencional que amenace la existencia del Estado ruso.
Cuatro años después, Putin reiteró su compromiso con ese principio. Sería una “catástrofe global”, dijo, pero un mundo sin Rusia no tiene que existir en absoluto.
Y Putin siguió intensificando su retórica nuclear beligerante. En septiembre pasado, en su discurso anunciando la anexión de cuatro regiones ucranianas más, hizo denuncias acaloradas del historial militar de Estados Unidos, incluido su estatus como el único país que ha utilizado armas nucleares.
A principios de este mes, Putin volvió a confirmar su disposición de utilizar armas nucleares para proteger la “existencia del Estado ruso”, su “integridad territorial, independencia y soberanía”. También señaló que considera que el masivo arsenal de Rusia es una “ventaja competitiva” contra la Otán. En febrero, Rusia se retiró de New Start, el último tratado de control de armas nucleares con Estados Unidos en el que estaba.
La retórica nuclear provocativa de Putin ha sido replicada últimamente por otros rusos prominentes. En un comentario reciente, el presidente honorario del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia, Sergei Karaganov, defendió los ataques nucleares preventivos. Al golpear “un montón de objetivos en varios países”, dice, Rusia podría “hacer entrar en razón a aquellos que han perdido la cabeza” y “quebrar la voluntad del Occidente”.
Esa es una propuesta impactante. Pero aún más preocupantes son las declaraciones incendiarias de figuras históricamente moderadas. Dmitri Trenin, exdirector del Centro Carnegie de Moscú y a quien se lo consideró una voz de la razón en Rusia, abogó por disparar la “bala nuclear”. Trenin sugiere que un ataque preventivo podría “disipar la mitología” sobre la cláusula de defensa colectiva de la Otán y llevar a la disolución de la alianza.
Sin duda, han surgido algunas voces disidentes a esas ideas. Figuras como Fyodor Lukyanov, presidente del Presidium del Consejo de Política Exterior y de Defensa; Ivan Timofeev, director general del Consejo Ruso de Asuntos Internacionales, y Alexei Arbatov, de la Academia de Ciencias de Rusia, han desafiado la lógica de Karaganov.
Por ahora, Putin dice que Rusia no necesita usar armas nucleares, al menos no para defender la existencia del Estado ruso. Pero un “señor de la guerra” como Prigozhin podría no estar de acuerdo. En cualquier caso, el uso de armas nucleares “tácticas” de menor potencia en Ucrania parece cada vez más probable. Con su arsenal convencional agotándose, Rusia entregó recientemente un lote de tales armas al territorio de su aliado más cercano, Bielorrusia, y planea enviar más.
En abril, un tercio de los rusos encuestados por el Centro Levada pensaba que sus líderes estaban preparados para usar armas nucleares en Ucrania, aunque el 86 % de los rusos creen que las armas nucleares no deben usarse en ninguna circunstancia.
La semana pasada, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, reconoció la “verdadera” amenaza de que Rusia despliegue armas nucleares tácticas.
Un movimiento así haría del mundo un lugar mucho más peligroso, especialmente si se permite que Putin se salga con la suya. Si Occidente se somete al chantaje nuclear de Rusia, se podrían esperar más ataques, en Moldavia y más allá.
La guerra en Ucrania ha planteado como escenario no solo la posible desintegración de Rusia, sino también una confrontación nuclear similar a la crisis de los misiles de Cuba en 1962, que podría resultar imposible de desactivar. En este contexto, Occidente debe utilizar todas las herramientas a su disposición para evaluar la temperatura del discurso interno ruso y medir la gravedad de la “fiebre nuclear” de Rusia.
Por supuesto, como mostró la rebelión de Prigozhin, cualquier cosa puede suceder en Rusia. Y como aprendieron los expertos del Kremlin durante décadas de lectura de las hojas de té de la Guerra Fría, es imposible determinar si las declaraciones públicas y los debates son indicativos de un nuevo consenso entre las élites políticas y militares. Pero las apuestas son demasiado altas como para no intentarlo
ANA PALACIO
EX MINISTRA DE RELACIONES EXTERIORES DE ESPAÑA
© Project Syndicate.
Madrid.
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