Los comentarios de numerosos periodistas coincidieron en que la jornada estuvo marcada por la tradición y, al mismo tiempo, por el simbolismo de que vienen tiempos de cambio. Así podría resumirse lo sucedido el viernes en Chile, con motivo de la posesión de Gabriel Boric como nuevo presidente del país austral, quien a los 36 años recién cumplidos no solo es el mandatario más joven en la historia de ese país, sino del mundo actual.
Más allá de que el programa se cumplió como estaba previsto, comenzando por el juramento, la imposición de la banda tricolor y la entrega de la piocha de O’Higgins –una estrella de cinco puntas que representa el poder– por parte de su predecesor, el nuevo mandatario rompió el protocolo en más de una ocasión. Y no solo por su negativa a usar la corbata.
Además de bajarse del Ford Galaxie descapotado que lo llevaba por las calles de Valparaíso para saludar a la gente de la ciudad en la cual se ubica la sede del Congreso, ya en Santiago y a pie se salió del tapete rojo que lo llevaba al Palacio de la Moneda, para ir a saludar la estatua de Salvador Allende, muerto en el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
El cambio generacional fue evidente, junto con el mensaje de inclusión al posesionar a un gabinete de mayoría femenina o la escogencia, por primera vez en la historia, de una edecán presidencial mujer, la teniente coronel de Carabineros Cecilia Navarro. Hay ministros con canas, pero son la minoría en un equipo cuyos orígenes hay que encontrarlos en las movilizaciones estudiantiles de la década pasada.
Los anteriores son apenas unos pocos ejemplos de lo que significa el arribo de un gobierno bien distinto a todos los anteriores. Hace apenas doce meses, muy pocos creían que este joven diputado, nacido cerca de la Antártica, reemplazaría a Sebastián Piñera, cuya gestión estuvo marcada por la pandemia y las protestas de 2019 que sacudieron a la nación con mayor nivel de ingreso promedio de América Latina.
No hay duda de que las marchas, junto con el vandalismo y los choques con las fuerzas policiales, acabaron con la imagen de concordia social que parecía predominar tras el regreso a la democracia en 1990, después de 27 años de dictadura militar. No obstante el rápido crecimiento experimentado y una reducción sustancial de la pobreza a lo largo de las décadas pasadas, quedó clara la insatisfacción de una parte importante de los 19 millones de chilenos que salieron a las calles.
Más que hacer un recuento de lo ocurrido, basta decir que el estallido generó dos procesos. El primero, la convocatoria de una Asamblea Constitucional que deberá entregar un nuevo texto de carta política dentro de unas semanas. Y el segundo fue la elección de Boric, quien en la segunda vuelta en diciembre derrotó por un amplio margen a su rival de derecha, tras conquistar los votos del centro.
Tareas pendientes
No hay duda de que el triunfo en aquella ocasión acabó siendo resultado de una retórica mucho más moderada. Ese mismo tono fue el usado por el recién juramentado presidente el viernes, ante una multitud que llenó la plaza de la Constitución en la capital para escuchar el discurso inaugural.
Más que propósitos específicos, el mensaje estuvo lleno de llamados a la unidad y la reconciliación. “Caminemos juntos la ruta de la esperanza y construyamos todos el cambio hacia un país que sea digno y justo”, dijo Boric, tras advertir que “como chilenos y chilenas tenemos que volver a encontrarnos”.
Tales mensajes cayeron bien en la opinión, pero no hay duda de que a partir de mañana comienza el reto práctico de convertir las promesas en realidades. Además, están los temas que no dan espera y que pondrán a prueba el temple del Ejecutivo.
Así sucede con la redacción de la Constitución, que, aparte de simbolizar el rompimiento con la era de Pinochet, preocupa a muchos. El motivo es que la Asamblea está dominada por los independientes y la izquierda, que pueden acabar variando de manera radical las reglas del juego vigentes hasta ahora.
La nueva istración puede marcar la diferencia en una América Latina desilusionada
de la política y de sus dirigentes, sobre todo si logra demostrar que la democracia puede corregir el rumbo.
Algunas de las propuestas salidas de las comisiones son vistas como una refundación del Estado, pues van desde la autonomía regional hasta el pluralismo jurídico para reconocer los sistemas de los pueblos indígenas, pasando por la prohibición de la propiedad privada de los recursos naturales. Dado que tales iniciativas requieren dos terceras partes del apoyo de la plenaria, todo apunta a que las ideas extremas fracasen, pero el tiempo corre y el texto definitivo se ve lejos.
Con el peligro latente de que aparezcan sorpresas indeseables, el gobierno deberá mantener la guardia arriba. A fin de cuentas, su única opción es respaldar el referendo que determinará en septiembre si se adopta la nueva carta, pues le queda imposible oponerse al proceso.
Tampoco será fácil el manejo de un conflicto indígena con la comunidad mapuche, en el sur del territorio, o el de los migrantes que siguen llegando por el norte. Una de las quejas de la población está relacionada con el clima de seguridad interna, que demanda resultados tempranos en este frente.
Como si lo anterior no fuera suficiente, el ambiente político permanecerá caldeado. Manejar al Partido Comunista, que es una fuerza que apoya la coalición de gobierno, será otro desafío. En un ambiente tan cargado, no faltan quienes acusan al joven mandatario de “amarillo” por su tono conciliador, que les cae mal a sectores radicales y anarquistas.
Las fuerzas tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado están divididas, lo cual hará difícil que la istración logre sacar con facilidad su programa legislativo. Contar con el respaldo del Congreso es fundamental no solo para el desarrollo normativo de la Constitución, sino para concretar reformas en áreas clave como educación, salud y pensiones.
El primer plato fuerte, en todo caso, será una reforma tributaria cuyo objetivo eventual es aumentar los recaudos en el equivalente de cinco puntos porcentuales del producto interno bruto, lo que supera el aumento acumulado en cargas impositivas a lo largo de los últimos 30 años. Negociar con la derecha será complejo y más en las circunstancias presentes.
A la cabeza de ese esfuerzo estará Mario Marcel, quien viene de dejar la dirección del Banco Central de Chile y es un economista respetado. Su designación como ministro de Hacienda fue un mensaje que tranquilizó a los mercados, pues la señal es que la responsabilidad en el manejo de los asuntos fiscales seguirá presente. De todas maneras, cuando destape sus cartas llegarán las críticas porque el apretón no será de orden menor.
Aunque los precios del cobre hayan subido, los del petróleo también, lo cual es malo para un importador neto de combustibles, en donde la inflación está disparada. Las proyecciones muestran un comportamiento mediocre del crecimiento, en donde la desconfianza del consumidor va al alza.
Miradas de afuera
La lógica del programa gubernamental a la hora de construir un estado de bienestar que se parecería más al modelo europeo es que las cuentas den. Como lo señaló el propio Marcel en una entrevista que le dio al diario El País de España: “La desigualdad no se genera solo porque los ingresos son desiguales, sino porque la protección social es débil”.
Lo de quitarles a los que más tienen para darles a los que menos tienen suena relativamente sencillo, pero es muy difícil en la práctica. Quizás ese es el motivo por el cual el experimento de Boric da lugar a tanto interés en las más diversas latitudes.
Más allá de su juventud, o su inexperiencia, el punto de fondo es si consigue construir un sistema más justo, sin por ello ahuyentar la inversión o golpear la tasa de crecimiento. Hasta la fecha, una salida de capitales que se calcula en 50.000 millones de dólares sugiere que muchos no creen en que eso sea posible, pero la opción de seguir con el mismo clima de tensiones y polarización de los últimos tiempos tampoco es atractiva.
El punto de fondo es la posibilidad de que surja una izquierda que haga y deje hacer, alejada del radicalismo o el populismo que soplan con tanta fuerza en Latinoamérica. Tal como lo hizo en su momento, cuando dio un paso en favor de la libre competencia y de apertura a los mercados externos, “Boric tiene una rara oportunidad de demostrar que Chile puede definir una tendencia global, esta vez al crear una sociedad más justa y verde”, según un editorial del Financial Times.
Todo lo anterior le incumbe a Colombia, no solo por la coyuntura electoral, sino por los desafíos que enfrentará quien asuma el poder el próximo 7 de agosto. Aunque la descripción simplista es que al Palacio de la Moneda llegó un amigo de Gustavo Petro, quien estuvo presente como invitado espacial a la posesión, los temas de fondo son otros.
Para comenzar, está el de las pensiones. Si bien en la campaña el compromiso del actual mandatario chileno fue acabar con las as de fondos privados, a la gente no le atrae para nada la idea de que sus ahorros pasen a las arcas públicas. De ahí que ahora se hable de un sistema mixto, apuntalado por la reciente aprobación de la Pensión Garantizada Universal que le introduce un elemento de solidaridad al esquema.
En segundo término, surge el tema del modelo de desarrollo basado en bienes primarios. La apuesta en favor de la sostenibilidad no implica para nada acabar con las actividades extractivas, como la explotación de cobre. Más bien, el gobierno de ahora se inclina por la creación de una compañía estatal que tenga un rol en el auge del litio, un mineral que también es clave en la transición energética.
A renglón seguido, aparece la salud. No faltará quien se sorprenda, pero la senda que muchos chilenos proponen es la que adoptó Colombia con la Ley 100 de 1993. Lejos de estatizar el sistema, el objetivo es involucrar al sector privado y lograr que el gasto de bolsillo –que hoy equivale al 35 por ciento en el país austral– disminuya, gracias a una estructura de aseguramiento similar a la que opera aquí.
Por último, resulta fundamental mantener la casa en orden. Una cosa es el objetivo de aumentar de manera considerable el gasto social y otra es olvidarse de cuidar las cuentas públicas. En ese sentido, la señal de que a cada uso presupuestal le corresponde su fuente de ingreso, implica que hacer cumplir los derechos exige también que la ciudadanía cumpla sus deberes, en este caso con el fisco.
Lo anterior, junto con el firme compromiso de respeto a los derechos humanos, ha distanciado a Gabriel Boric de regímenes como el de Nicolás Maduro en Venezuela o Daniel Ortega en Nicaragua. Se abre entonces la posibilidad de una renovación del discurso de la socialdemocracia, que se diferencie sustancialmente de lo observado en la región en los últimos tiempos.
Ningún desenlace está asegurado, y menos para un Gobierno que apenas arranca, en medio de vientos cruzados propios de la coyuntura internacional y local. Que los desafíos son inmensos y las dificultades se encuentran a la vuelta del camino, innegable.
No obstante, la nueva istración chilena puede marcar la diferencia en una América Latina desilusionada de la política y de sus dirigentes, sobre todo si logra demostrar que la democracia es capaz de corregir el rumbo, anteponiendo el bien común al particular. Y ello, en un mundo que deriva hacia el autoritarismo, no sería poca cosa. Esa es una razón más que suficiente para mirar al sur.
RICARDO ÁVILA PINTO
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
ANALISTA SENIOR