Cada país vive sus problemas como excepcionales. Pero cuando se miran desde la perspectiva global con que Moisés Naím analiza los fenómenos contemporáneos, los problemas son más comunes de lo que se supone.
Durante esta entrevista, que concedió por videollamada desde su casa de Washington, las preguntas por América Latina se devolvían con respuestas globalizadas en temas como el crimen organizado, el periodismo, las autocracias devorando las democracias, las demagogias.
Esta perspectiva se refleja en las columnas que publica en distintos periódicos del mundo, incluido este diario, y en cientos de miles de libros vendidos en más de veinte idiomas.
No es frecuente que una voz latinoamericana tenga tal ascendente internacional y sea convocada a espacios como el Foro Económico de Davos. Tan raro como que Mark Zuckeberg, el CEO de Meta, haya recomendado su libro El fin del poder para iniciar su club de lectura en Facebook.
“Científicos y expertos están pasando por una crisis de credibilidad –dice–. El mundo nos sorprende. Cada rato hay algo diferente: una pandemia, una crisis financiera, el ascenso en el país más poderoso de un personaje como Trump... La lista de sorpresas es muy larga”. Sin embargo, Naím también es capaz de poner, en el otro fiel de la balanza, hechos positivos o “grandes éxitos”, como los llama él.
Por ejemplo, la “milagrosa” vacuna contra el covid-19. “La gente pensaba que iba a tardar años, pero mientras los políticos estaban peleando por la cuota de respiradores que le tocaba a su país, los científicos estaban logrando algo que ha salvado cientos de millones de vidas”, señala.
“Por un lado, es para celebrar cómo la humanidad reaccionó y pudo contener la pandemia. Al mismo tiempo, las redes sociales amplificaron los mensajes de pesimismo y las teorías conspirativas. Quizás hayan sido tan solo unos cuantos, pero disponen de un altavoz potente que siembra la duda de si lo que nos están diciendo es correcto o es una fake news”.
Dentro de este estado de incertidumbre ahora aparece la inteligencia artificial (IA). En un artículo reciente, usted toma distancia de quienes tienen una mirada pesimista y plantea que esa tecnología ha llegado para quedarse.
-Ha habido en la historia tecnologías peligrosas o amenazantes que hubo que contener y tratar de que no proliferaran. Pero una vez que aparece la tecnología es difícil volver a meterla en la cajita. Lo hemos visto con la proliferación de armas nucleares, aunque en una escala menor a la prevista. Pero está allí, hay cada vez más países con armas nucleares, con el peligro de que ese arsenal nuclear pueda caer en manos de actores nefastos, como los terroristas. La IA sí lo va a cambiar todo. Esta tecnología y los desarrollos conexos van a cambiar el mundo de una manera muy significativa.
Algunos especialistas están pidiendo la regulación de la IA, ¿cómo ve esa solución en A. Latina, una región con pocas garantías institucionales?
-No mencionaría solo a A. Latina. En todos lados hay actores nefastos que se van a aprovechar de estas nuevas tecnologías. Las redes criminales y transnacionales suelen ser los primeros s de las tecnologías y de las oportunidades que crea la globalización.
En América Latina solo el 4 por ciento de las democracias son plenas, y crecen las de perfil meramente electoral con tendencia autocrática. ¿Guarda relación esto con la expansión del crimen organizado?
-Esto no es exclusivo de A. Latina. Solo hace falta mirar lo que sucede en Rusia, Bielorrusia, los Balcanes como un centro de crimen, Turquía, Irán. Algunos de los que operan en América Latina son criaturas ingenuas en comparación con estas redes mundiales de crimen y terrorismo. Se les han abierto puertas que antes no existían. Y ahora ellos saben cómo abrirlas aún más.
Esas puertas abiertas evocan también las salidas masivas de refugiados y migrantes, ¿cómo evalúa este fenómeno?
-Este es uno de esos problemas sociales de alcance mundial que no tiene solución fácil. Construir una muralla entre dos países puede aliviar por un tiempo, pero van a encontrar las formas de entrar. Los refugiados son seres humanos desesperados que no tienen otra opción. Están tratando de sobrevivir y muchas veces, lamentablemente, no lo consiguen. Detrás de la necesidad muy humana de migrar está la famosa frase: es más fácil cambiar de país que de gobierno. Muchos de ellos escapan de gobiernos corruptos, criminales, asesinos. Lo estamos viendo en el norte de África y en Centroamérica.
¿Cómo se entrelaza con eso su propia historia de migrante?
Yo soy profundamente venezolano. A pesar de no haber nacido ahí (nació en Libia), llegué a Venezuela a los cinco años. Es mi país y es mi gente. Vivo en EE. UU., pero mi migración no se compara con la que están pasando mis compatriotas. Yo soy un privilegiado. Llegué desde Venezuela para formar parte de la junta directiva del Banco Mundial, una experiencia única, mientras que literalmente millones de mis compatriotas están sufriendo condiciones inhumanas, inaceptables, trágicas contra las cuales lucho y trato de ayudar. Pero la necesidad es infinita.
Sus libros de ensayo sobre la política global son reconocidos en todo el mundo, pero para contar su país ha elegido la ficción. ¿Qué le aporta la literatura a la comprensión de la realidad social?
-Mi novela Dos espías en Caracas (2018) responde a mi necesidad de contar la historia como yo creo que ocurrió originalmente. El planteamiento central fue llevado a la pantalla como El comandante (2017) por Sony Television. Fue uno de los proyectos más grandes en español que hizo Sony en América Latina. Pero entonces entró en la maquinaria de una serie de televisión de estos tiempos y esa no era la historia que yo quería contar. Entonces quise contarla como yo creo que ocurrió y opté por la ficción para que nadie me reclame que estoy inventando. Y lo hago utilizando la figura del espía: una mujer mexicana que es la líder de la inteligencia de Estados Unidos en Venezuela; y un cubano enviado por el régimen de Fidel Castro para garantizar que Hugo Chávez continúe siendo el apoyo central de Cuba en esos momentos.
La otra protagonista es una periodista, profesión que usted ejerce como columnista. ¿Cómo evalúa el periodismo de Venezuela?
-Heroico, difícil, insuficiente. Es heroico salir a la calle en Venezuela a tratar de reportar las fechorías que cometen los gobernantes actuales y el lavado de dinero y las drogas. Los periodistas, primero, tienen gran dificultad de a la información, pero, segundo, si lo consiguen y lo publican, es muy peligroso para ellos. Esto no solo pasa en Venezuela. Pasa en México, en Nicaragua, en Colombia. A pesar de todos estos obstáculos salen de Venezuela ideas, cuentos, historias y reportajes, pero con unas limitaciones gigantescas.
Alguna vez dijo: salió de Venezuela un joven que había sido un estudiante mediocre para ir a la escuela estadounidense más exigente... ¿Qué le dejó esa educación?
-En la secundaria era muy mal estudiante. Pero en un momento me di cuenta de que así no podía seguir y me puse a estudiar. Me gradué en la Universidad Metropolitana en Venezuela y después tuve la oportunidad de ir a estudiar a una universidad que fue clasificada como la mejor del mundo: el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), donde saqué un doctorado.
¿Qué le aportó esa formación a su método de trabajo?
-El pensar globalmente. Cada país cree que es excepcional y muchas veces lo que hay son tendencias globales que los pueblos repiten. Ha sido muy revelador lo que pasó con mi último libro La revancha de los poderosos (2022), que habla de cómo está funcionando la política en estos tiempos a partir de tres ‘pes’: populismo, polarización y posverdad. A diferencia de lo que pasó con mis libros anteriores como Ilícito (2010) o El fin del poder (2012), en donde las promociones internacionales eran muy limitadas, ahora tuve experiencias muy interesantes por videoconferencia. Inevitablemente, cuando hago la presentación del libro alguien del público levanta la mano y pregunta por qué escogí su país como ejemplo, sin mencionarlo.
Ahí contesto que se ponga en la fila, porque hay muchos otros países que están seguros de que ese libro surgió de su experiencia. Lo que ocurre es que la posverdad, la polarización y el populismo están en todas partes. Cada uno ocurre en un marco institucional, histórico y geográfico único pero, al final, convergen en sus formas de actuar. Es insólito ver que Donald Trump y Hugo Chávez estuvieron haciendo lo mismo, a pesar de que no podrían ser más diferentes, en dos países que no podrían ser más distintos.
¿Se considera escritor, analista o periodista?
Tengo el privilegio de escribir una vez a la semana, ochocientas palabras con mi opinión sobre un tema que espero le interese a la gente. Eso define quién soy. Llevo haciendo este oficio treinta años. Cada semana escribo una columna. En cada una intento presentar evidencias, y poner los puntos sobre las íes sobre un tema relevante.
¿En qué está trabajando ahora?
-Vienen dos libros. Voy por la mitad de una novela que tiene que ver con una historia de oligarcas y sus mujeres. Y estoy escribiendo con mi colega Francisco Toro un libro de no ficción sobre lo fácil que es ser engañados por demagogos. Parte de la pregunta de qué es lo que hace que el ser humano sea una presa tan fácil de mentirosos, demagogos y tramposos. Los demagogos son racionales, están haciendo lo que les conviene y actúan con base en sus intereses, pero quienes los siguen, no. Y los demagogos los ponen a actuar en función de malas ideas que los dañan. Este libro analiza, con gran sorpresa de mi parte, cómo enormes grupos humanos les entregan su destino a unos mentirosos.
Parece que estuviera hablando de la democracia argentina
-Póngase en la fila (risas). Estamos impresionados de la cantidad de mentirosos que operan en el mundo y que son creídos en el ámbito de la astrología, de las religiones, del wellness, la nutrición, los remedios mágicos, la política, la religión. Tenemos una larga lista de casos.
¿Cuánto de estas prácticas determinan que las democracias estén amenazadas por autoritarismos?
Creo que la democracia está en peligro, sin duda alguna. Se salvó en EE. UU. por poco en la última elección, pero en las elecciones de 2024 Trump podría ser otra vez candidato presidencial y, para sorpresa del mundo, ganar. Eso generaría crisis institucionales, porque dispararía secuelas legales de todo tipo durante mucho tiempo. Si Trump gana y hace lo que dice que quiere hacer, la democracia de Estados Unidos y las del mundo van a perder.
ADRIANA AMADO
Para LA NACIÓN (ARGENTINA) - GDA
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