Minutos después de recibir la vacuna Johnson & Johnson para el covid-19, Michelle Zimmerman sintió un dolor que le recorría el brazo izquierdo hasta la oreja y bajaba hasta la punta de los dedos. En cuestión de días, se volvió insoportablemente sensible a la luz y le costaba recordar datos simples.
Tenía 37 años, era doctora en neurociencia y hasta entonces podía andar en bicicleta 30 kilómetros, dar una clase de baile y dar una conferencia sobre inteligencia artificial, todo en el mismo día. Ahora, más de tres años después, vive con sus padres. Diagnosticada con daño cerebral, no puede trabajar, manejar y ni siquiera estar de pie durante periodos largos.
“Cuando me permito pensar en la devastación que esto ha causado en mi vida y en lo mucho que he perdido, a veces me resulta incluso demasiado difícil de comprender”, dijo Zimmerman, que cree que su lesión se debe a un lote contaminado de vacunas.
Se estima que las vacunas covid han evitado millones de hospitalizaciones y muertes. Sin embargo, incluso las mejores vacunas producen efectos secundarios raros, pero graves. Y las vacunas covid han sido istradas a más de 270 millones de personas tan sólo en Estados Unidos, en casi 677 millones de dosis.
Miles de estadounidenses creen haber sufrido efectos secundarios graves tras recibir la vacuna covid. Hasta abril, se han presentado ante el Gobierno de EE. UU. poco más de 13 mil reclamos de indemnización por lesiones causadas por vacunas, pero sólo ha sido revisado el 19 por ciento. Sólo 47 fueron consideradas elegibles para recibir compensación, y sólo 12 han recibido pago, en promedio unos 3 mil 600 dólares.
Algunos científicos temen que a los pacientes se les esté negando ayuda y dicen que es necesario hacer más para aclarar los posibles riesgos.
Las personas que dicen tener lesiones posteriores a la vacunación son “simplemente ignoradas, descartadas y criticadas”, dijo Akiko Iwasaki, inmunóloga y experta en vacunas en la Universidad de Yale, en Connecticut.
En entrevistas e intercambios de correo electrónico realizados durante varios meses, los funcionarios de salud estadounidenses insistieron en que los efectos secundarios graves eran extremadamente raros y que sus esfuerzos de vigilancia eran más que suficientes para detectar patrones de eventos adversos.
“Cientos de millones de personas en Estados Unidos han recibido las vacunas covid sin problema bajo el monitoreo de seguridad más intenso en la historia del País”, dijo Jeff Nesbit, portavoz del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, en un comunicado.
Los funcionarios estadounidenses y los científicos independientes enfrentan una serie de retos a la hora de identificar posibles efectos secundarios de las vacunas. No existe un archivo central de quienes recibieron las vacunas, ni de los registros médicos, ni una forma sencilla de agrupar estos datos. Se puede realizar un reporte a la base de datos más grande de Estados Unidos sobre los llamados eventos adversos por cualquier persona, sobre cualquier cosa. Ni siquiera está claro qué deberían buscar los funcionarios.
El fondo de compensación del Gobierno de Estados Unidos ha pagado tan poco porque reconoce oficialmente pocos efectos secundarios de las vacunas covid.
Shaun Barcavage, de 54 años, enfermero practicante en Nueva York, dijo que desde su primera vacuna contra covid, el simple hecho de ponerse de pie hacía que su corazón se acelerara —un síntoma que sugiere el síndrome de taquicardia postural ortostática, un trastorno neurológico que algunos estudios han relacionado tanto con covid como con, mucho menos frecuentemente, la vacuna.
También experimentó un dolor punzante en los ojos, la boca y los genitales, que ha disminuido, y tinnitus, que no.
“No logro que el Gobierno me ayude”, dijo. “Me dicen que no soy real. Me dicen que soy raro. Me dicen que soy una coincidencia”.
Entrevistas con 30 personas que dijeron haber resultado perjudicadas por las vacunas anti covid hicieron eco de estos sentimientos. Describieron una variedad de síntomas, algunos neurológicos, algunos autoinmunes y algunos cardiovasculares.
Todos dijeron que los médicos los habían rechazado, que se les decía que sus síntomas eran psicosomáticos, o que sus familiares y amigos los etiquetaban de antivacunas, pese a que apoyaban las vacunas.
Uno de los terapeutas de Zimmerman le dijo recientemente que quizás nunca podría volver a vivir de forma independiente.
“Se sintió como un golpe devastador”, dijo Zimmerman. “Pero trato de no perder la esperanza de que algún día habrá un tratamiento”.