Con las cámaras de televisión apuntándola, Felisa Wolfe-Simon comenzó a hablar en la sede de la NASA en Washington el 2 de diciembre del 2010. “He descubierto —he dirigido un equipo que ha descubierto— algo en lo que tengo muchos años pensando”, dijo Wolfe-Simon, investigadora visitante del Servicio Geológico de Estados Unidos.
Días antes, la NASA había adelantado “un hallazgo astrobiológico que impactará la búsqueda de evidencia de vida extraterrestre”. En las redes sociales se difundió la especulación de que se había descubierto algún tipo de vida extraterrestre.
Wolfe-Simon no había encontrado extraterrestres, ni jamás dijo haberlo hecho. Había encontrado un organismo terrestre que se comportaba como ninguna forma de vida conocida en la Tierra. La criatura procedía del lodo del Lago Mono en California, un embalse cerca del Parque Nacional Yosemite que es casi tres veces más salado que el Océano Pacífico. El lago tiene el nivel de pH de líquido limpiavidrios y, lo más importante, está lleno de arsénico tóxico.
Todos los seres vivos conocidos utilizan seis elementos químicos principales para mantener sus cuerpos en funcionamiento. Uno es el fósforo. Pero en Mono Lake, el equipo de Wolfe-Simon dijo que habían aislado un organismo que podía reemplazar el fósforo con arsénico.
“Me gustaría presentarles hoy la bacteria GFAJ-1”, proclamó. Una imagen apareció en la pantalla. “Hemos abierto la puerta a lo que es posible para la vida en otras partes del universo. Y eso es profundo”.
El anuncio de Wolfe-Simon señaló un cambio en la forma en que se llevaría a cabo la ciencia. Los investigadores descendieron de sus instituciones de élite para conversar y discutir en digital apertura, en blogs y redes sociales. La información fluyó bajo el hashtag #arseniclife, revolucionando los métodos tradicionales de evaluar la verdad y el rigor en la investigación.
La saga destacó las posibilidades de Internet para el discurso abierto y la revisión por pares en tiempo real. Pero también reveló los peligros del medio, al tiempo que Wolfe-Simon enfrentaba ataques. Desde entonces, no ha vuelto a formar parte de la sociedad científica. En los años siguientes, los críticos pidieron que su artículo fuera retractado. Y ahora, más de una década después, la revista que publicó el trabajo de su equipo está buscando esa retractación. El equipo sigue defendiendo su integridad.
Y Wolfe-Simon está reapareciendo con experimentos nuevos que plantean preguntas fundamentales sobre cómo funciona exactamente la vida.
Ella y su equipo presentaron su estudio a la revista Science, que ha publicado descubrimientos tan importantes como una secuencia del genoma humano y evidencia de agua antigua en Marte.
Luego, los editores enviaron el manuscrito para revisión por homólogos, en la que expertos externos evalúan un estudio. El análisis resultante fue positivo y entusiasta. Pronto llegó la conferencia de prensa de la NASA. Holden Thorp, el actual director editorial de Science, dijo que los editores de la revista no estaban al tanto del marco de la NASA. “El uso de la palabra ‘extraterrestre’ no fue algo que detectamos hasta que ya se nos había escapado”, dijo.
Después del anuncio, Wolfe-Simon pronunció una charla TED y concedió una entrevista a la revista Glamour.
Durante un par de días, la respuesta fue positiva. Pero luego, blogs de investigadores científicos llamaron la atención a preocupaciones metodológicas con el trabajo y generaron dudas sobre las conclusiones. En el pasado, este tipo de críticas habrían aparecido en artículos de revistas publicados meses después.
Normalmente, dice Gunver Lystbaek Vestergaard, una periodista científica que estudió la saga #arseniclife, las discusiones francas que llevaron a esos artículos habrían ocurrido a puerta cerrada. Con #arseniclife, el público vio cómo la ciencia se desarrollaba como un proceso, con todo y argumentos e interpretaciones contradictorias, en lugar de existir como un conjunto de hechos establecidos.
“Nunca hemos visto algo semejante”, dijo Vestergaard, quien estudió #arseniclife para su próximo libro, “Our Living Universe”.
El proceso tradicional y privado durante mucho tiempo había hecho que los científicos se sintieran seguros, dándoles la capacidad de dar forma a narrativas sobre la ciencia emergente. El asesor y coautor de Wolfe-Simon, Ron Oremland, del Servicio Geológico de Estados Unidos, dijo al grupo que respondiera a las críticas en revistas revisadas por homólogos, poniendo un punto a lo que muchos vieron como un debate abierto.
El silencio no cayó bien en la blogósfera. La crítica pronto se convirtió en ataque, y el ataque a menudo se volvió personal —centrándose, por ejemplo, en la apariencia de Wolfe-Simon. Pronto dejó el laboratorio de Oremland. Encontró brevemente una nueva base en el Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, en California. Fue difícil que sus compañeros de trabajo supieran de ella por Internet. Y pronto, dijo Wolfe-Simon, no podía obtener subvenciones ni publicar artículos: “Me volví radiactiva”.
Ella dio un giro: entrenada como oboísta, comenzó una maestría en interpretación musical en el 2013 mientras estaba embarazada del primero de sus dos hijos. Hasta el día de hoy, Wolfe-Simon defiende el trabajo, señalando que quisiera que el equipo hubiera guardado menos datos para un segundo artículo. El equipo publicó una respuesta a las críticas en Science, y Wolfe-Simon cuestiona las replicaciones fallidas de sus hallazgos. Otros coautores dicen que también defienden la integridad del trabajo original.
Pero los editores de Science han señalado que ya no apoyan la investigación ni sus conclusiones. “Creemos que lo mejor sería retractar el artículo”, dijo Thorp.
La controversia está resurgiendo al regresar Wolfe-Simon a la ciencia. En el 2024, recibió financiamiento vía un taller de la NASA para un proyecto que cuestiona las suposiciones sobre cómo los seres vivos producen energía. Ella está investigando bacterias “magnetotácticas” —organismos que crean cristales magnéticos dentro de sus cuerpos y responden a empujones y tirones norte sur. Si hiciera un descubrimiento poco convencional, no buscaría una revista llamativa que impondría un control estricto, dijo. Buscaría mayor independencia y tratar de proporcionar una base para la labor de seguimiento de otros.
“Estoy concentrada únicamente en hacer buena ciencia en aras de la ciencia”, dijo Wolfe-Simon.