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El regreso del Circo Big Apple en Manhattan llena de emoción a más de uno

Durante una función reciente, el ambiente en la carpa era eufórico.

NYT: El Circo Big Apple en Manhattan incluye malabarista, contorsionista y payasos legítimamente divertidos.

NYT: El Circo Big Apple en Manhattan incluye malabarista, contorsionista y payasos legítimamente divertidos. Foto: Ye Fan para The New York Times

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Si las existencias de confeti se han desplomado y si una escasez de lentejuelas aflige ahora a Manhattan, la culpa es de una carpa en el Lincoln Center. Sí, el Circo Big Apple está de vuelta y Nueva York brillará con más fuerza hasta el 1 de enero.
En los últimos años, su retorno había sido menos seguro. En el 2016, después de operar como una organización sin fines de lucro durante casi 40 años, la empresa original cerró y se declaró en quiebra. Una filial de una empresa de reestructuración empresarial la compró en el 2017 y luego cambió su istración y su carácter varias veces. En el 2021, se vendió nuevamente a una corporación que cuenta con el famoso trapecista Nik Wallenda como propietario minoritario, y desafió un poco más a la muerte.
Esta temporada, Big Apple ha importado a la compañía alemana Circus Theatre Roncalli. Roncalli se yergue como un ejemplo hábil y entrañable de esta forma, una compañía impregnada de clásicos del circo, pero capaz de adaptarse a los tiempos.
Algunos pueden encontrar triste que Nueva York ya no pueda mantener un circo propio y que Big Apple se haya convertido en un activo de propiedad intelectual, en lugar de un grupo inmerso en la vida de la Ciudad. Pero no hay nada como un acto de equilibrio aéreo —o dos, como en “Circus Theatre Roncalli: Journey to the Rainbow”— para hacer que el público olvide todo eso.
Durante una función reciente, el ambiente en la carpa era eufórico. Un payaso deambulaba entre las filas mientras una orquesta tocaba versiones juguetonas de canciones clásicas y populares.
El espectáculo abre con el efervescente acto de malabarismo de Noel Aguilar. (¿Alguna vez pescaste un grano de palomitas de maíz en la boca? Imagínate eso, pero al ritmo de la música). El final involucró sombreros de paja, lanzados como frisbees. Aguilar perdió algún que otro sombrero, lo que hizo que la rutina fuera más impresionante, porque demostraba lo que se tomaba hacerlo.
Cedió el escenario al contorsionista con piernas de goma Andrey Romanovsky, en el que éste saltaba la cuerda mientras estaba inclinado hacia atrás. Fue reemplazado por un equilibrista (las cuerdas, afortunadamente, estaban cerca del suelo) y luego por un acto de acrobacia en el que los artistas iban vestidos como de la corte de María Antonieta. Dieron paso a Iryna Galenchyk y Vladyslav Drobinko, cuyo romántico acto aéreo en pareja fue una maravilla de fuerza y gracia.
En todo momento hubo apariciones de cuatro payasos, todos legítimamente divertidos, una rareza circense.
Roncalli ha renunciado a utilizar animales vivos. Pero la segunda mitad comenzó con una rutina desconcertante en la que tres artistas vestidos con trajes peludos pretendían ser osos polares entrenados. A esto siguió un acto en bicicleta y una secuencia en la que tres artistas pintados de oro se balanceaban uno encima del otro, como estatuas vivientes. Un acto de trapecio, en el que Christoph Gobet y Julian Kaiser se equilibraban, imposiblemente, pie con pie, arrancó exclamaciones de asombro del público.
Este es el regalo del circo, venga de donde sea: un vistazo a lo extraordinario dentro de lo cotidiano. ¿Y acompañado por algodón de azúcar? Qué alegría.
Por: Alexis Soloski
The New York Times

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