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Entre viajes e historias, así es la vida de personas que viven entre las dos Coreas

Las familias separadas por la guerra realizan peregrinaciones anuales cerca de la ZDC.

NYT: La ZDC atraviesa la península de Corea de costa a costa, dividiendo el norte del sur. Un cementerio para soldados norcoreanos en Paju, Corea del Sur.

NYT: La ZDC atraviesa la península de Corea de costa a costa, dividiendo el norte del sur. Un cementerio para soldados norcoreanos en Paju, Corea del Sur. Foto: Chang W. Lee/The New York Times

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Vista desde el cielo, la Zona Desmilitarizada de Corea, o ZDC, parece una herida gigantesca que cruza la península de Corea, con cercas de alambre subiendo por las colinas y bajando por los valles de costa a costa.
Fue creada hace 70 años, cuando el Comando de las Naciones Unidas liderado por Estados Unidos y los ejércitos norcoreano y chino firmaron un armisticio en la “aldea de la tregua” de Panmunjom, poniendo fin a las batallas, pero no a la Guerra de Corea en sí. Su intención era ser una zona de amortiguamiento temporal, dividiendo una nación en guerra.
En lugar de ello, se ha convertido en la frontera más fuertemente armada del mundo, encarnando no sólo una confrontación militar inconclusa, sino también la poca esperanza que queda para la reunificación entre las dos Coreas. A lo largo de este tramo de 250 kilómetros, los soldados de ambos lados están listos para enfrentarse. Las familias lidian con décadas de separación. Los turistas vienen a ser testigos de historia viva. Y los sueños de reconciliación se han desvanecido lentamente en la distancia.
Durante los últimos 70 años ha habido intentos por tender un puente, volviendo a unir carreteras y vías férreas en la frontera, permitiendo el comercio y la inversión transfronterizos y organizando reuniones de familias separadas. Estos esfuerzos finalmente fracasaron en crear una paz duradera, desmoronándose ante un conflicto no resuelto.
A pesar de su nombre, se estima que 2 millones de minas terrestres están esparcidas dentro de la ZDC de 4 kilómetros de ancho. Sus perímetros norte y sur están sellados por capas de cercas de alambre de púas reforzadas con trampas. Guardias armados vigilan las vallas cada 100 a 200 metros. Cada 10 metros a lo largo de las vallas de Corea del Sur hay minas antipersonal Claymore. Todos los caminos que salen de la ZDC están protegidos por obstáculos antitanques. Detrás de ellos, 2 millones de soldados están listos para la batalla.
Poco después de la firma del armisticio, se intercambiaron prisioneros de guerra en Panmunjom. Pero desde entonces la frontera ha estado sellada herméticamente, con el ime militar entre Corea del Norte y Corea del Sur alcanzando nuevas alturas ominosas en los últimos años.
Si se reiniciara la batalla en la península de Corea, dijo Corea del Norte en junio, “se extendería rápidamente a una guerra mundial y una guerra termonuclear sin precedentes en el mundo”.
Para Yoon Cheong-ja, de 80 años, la lucha nunca terminó. Su hijo, el suboficial principal Min Pyeong-gi, estuvo entre los 46 marineros que murieron cuando el barco de la armada surcoreana Cheonan explotó en lo que el Sur dijo que fue un ataque norcoreano con torpedos no provocado en el 2010.
“Cuando murió mi hijo, mi corazón se rompió en mil pedazos”, dijo Yoon. “Ninguna madre debería perder a su hijo como lo hice yo”.
Las familias separadas por la guerra realizan peregrinaciones anuales cerca de la ZDC. Durante las festividades principales, realizan rituales familiares confucianos, colocando arroz, frutas y pescado seco en un altar y haciendo reverencias hacia las tumbas de sus antepasados en el Norte.
Durante un viaje reciente en bote a las aguas fronterizas occidentales desde donde alcanzaba a ver Corea del Norte, Choi Jong-dae, de 87 años, recordó su tierra natal.
“A medida que envejezco, más extraño mi ciudad natal y mis hermanos en el norte”, dijo con voz temblorosa. “He estado en Rusia, Mongolia, Nueva York y Sudáfrica. Pero no puedo visitar mi ciudad natal, aunque está tan cerca que se siente como si pudiera estirar el brazo para tocarla”.
Del otro lado, las familias han tenido que hacer frente a separaciones más recientes. Durante las décadas de la posguerra, una veintena de norcoreanos, en su mayoría soldados, desertaron hacia el Sur a través de la ZDC.
Ahn Chan-il se escabulló por una cerca mientras su electricidad de alto voltaje estaba apagada.
“Por lo que hice, mi familia en el Norte fue enviada a un campo de prisioneros y se presume que está muerta”, dijo Ahn, quien llegó al Sur en 1979.
Kim Gang-yu, de 27 años, otro soldado norcoreano, huyó por la ZDC en el 2016. En la noche, mientras su País caía en la oscuridad por falta de electricidad, los guardias fronterizos de Corea del Norte se maravillaban con las luces eléctricas encendidas en las vallas fronterizas de Corea del Sur, dijo.
En los últimos años, los condados del norte de Corea del Sur han atraído a personas interesadas en la historia de la ZDC. En un campamento costero a las afueras de la ZDC oriental, las familias arman tiendas de campaña a metros de cercas de alambre y letreros que piden a los campistas que reporten a “personas, objetos y embarcaciones sospechosas”.
Una tarde reciente, 80 personas se reunieron en un muelle cerca de la frontera marítima occidental a lo largo de la ZDC. Vieron a un artista bailar con una bandera que representaba una península coreana unificada. Más tarde navegaron cerca de la frontera mientras un barco de la Guardia Costera de Corea del Sur los seguía desde la distancia. “¡Rezamos por la unificación!”, corearon. “¡Rezamos por la paz!”.
Pero muchos surcoreanos ven la reunificación como un sueño lejano. La afinidad hacia los norcoreanos se ha debilitado entre las generaciones más jóvenes que no recuerdan una Corea no dividida. Los jóvenes están más preocupados por asuntos nacionales, como la disminución de las oportunidades laborales y el aumento del costo de vida.
Kim Sang-geun, de 69 años, un mecánico jubilado de Seúl, llevó a sus dos nietos a la ZDC para enseñarles “el dolor de la división nacional”, dijo. Uno, Cha-min, de 11 años, dijo que sus amigos no querían la reunificación “porque sólo nos haría pobres”.
Actitudes así hacen que los refugiados de guerra se sientan como una especie en extinción.
“Una vez creí que Corea se reuniría cuando tuviera 50 años”, dijo Ahn Kyong-choon, de 88 años, un refugiado que visitaba el observatorio de una isla fronteriza desde donde se ve Corea del Norte. “Ahora ya no me queda esa esperanza”.
Choe Sang-Hun
The New York Times

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