Cuando el Hotel B&B de Liubliana, Eslovenia, decidió reinventarse como un destino ecológico en el 2015, tuvo que cumplir más de 150 criterios para obtener el codiciado certificado de sostenibilidad de Travelife. Pero luego fue un paso más allá: contrató a un apicultor para instalar cuatro colmenas de abejas en el techo. “Hemos recibido excelentes comentarios de los huéspedes que suben y echan un vistazo”, dijo Adrijana Hauptman Vidergar, su directora general.
Las colmenas son istradas por Gorazd Trusnovec, fundador y único empleado de Najemi Panj, que se traduce como “renta una colmena”. Por una tarifa anual, instalará una colonia de abejas melíferas en el techo de una oficina o en un patio trasero y se asegurará de que sus abejas estén sanas y productivas. Los clientes obtienen la miel y el placer de hacer algo que beneficia a las abejas y nutre al medio ambiente.
Ese, en cualquier caso, era el argumento de venta original de Trusnovec. En los últimos años, él y otros apicultores, así como varios conservacionistas destacados, han llegado a una conclusión diferente: la moda por las abejas melíferas presenta ahora un verdadero reto ecológico.
“Si se satura cualquier espacio con abejas melíferas, se produce una competencia por los recursos naturales, y como las abejas tienen el mayor número, expulsan a otros polinizadores, lo que en realidad daña la biodiversidad”, dijo Trusnovec. “Yo diría que lo mejor que se puede hacer por las abejas en este momento es no dedicarse a la apicultura”.
Se trata de un mensaje discordante, y no solo porque las abejas desempeñan un papel crucial en la cadena alimentaria, polinizando alrededor de un tercio de los alimentos consumidos por los estadounidenses, de acuerdo con la Dirección de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos. También se debe a que existe la creencia de que la población mundial de abejas melíferas se ha reducido peligrosamente, lo que ha provocado un auge en la apicultura.
Pero el deseo de adquirir una colmena surge de la simplificación de algunos hechos complicados, dijo Scott Hoffman Black, director ejecutivo de la Sociedad Xerces para la Conservación de Invertebrados en Portland, Oregon.
Un mal originalmente denominado enfermedad de desaparición tenía décadas de estar afectando a las abejas. En el otoño del 2006, un apicultor estadounidense llamado Dave Hackenberg revisó sus 400 colmenas y descubrió que en muchas de ellas la mayoría de las abejas obreras habían desaparecido. Otros apicultores empezaron a informar que estaban perdiendo más del 90 por ciento de sus colonias. El fenómeno pasó a denominarse trastorno de colapso de colonias. La causa aún no es clara, pero los expertos tienden a culpar a los pesticidas, un parásito invasor, una reducción del hábitat y el cambio climático. “Salven a las abejas” se convirtió en un grito de guerra.
“Fue la primera vez que un gran número de personas empezó a hablar de polinizadores”, dijo Black. “Lo malo fue que no hubo matices. Todo lo que todos oyeron fue que las abejas estaban disminuyendo, así que debería conseguir una colmena”.
Resulta que las abejas melíferas son un animal manejado comercialmente y las grandes operaciones de apicultura son notablemente adeptas para reemplazar las colonias que mueren. En Estados Unidos, alrededor de un millón de colmenas son transportadas cada año en camiones a lugares como California para polinizar los cultivos, dijo Black, quien agregó: “Ahora hay más abejas en el planeta que jamás en la historia de la humanidad”.
Aún así, la narrativa de salvar a las abejas persiste debido a la confusión sobre qué tipo de abejas realmente necesitan ser rescatadas. Hay más de 20 mil especies de abejas silvestres en el mundo, y muchas personas no se dan cuenta de que existen porque no producen miel y viven casi de manera invisible, en nidos y cavidades en el suelo. Pero son polinizadores indispensables. Los investigadores han descubierto que, de hecho, muchas especies de abejas silvestres están disminuyendo. Así que intentar salvarlas tiene sentido. Pero los aficionados y las corporaciones solo se sienten atraídos por las aproximadamente siete especies de abejas melíferas —el grupo apoyado por una agroindustria multimillonaria.
No es fácil pedir a la gente que reduzca su entusiasmo por las abejas melíferas. Son una fuente de fascinación por su estructura social y se hace referencia a ellas en casi todas las religiones del mundo.
“La miel era vista como un regalo de los dioses”, dijo Sarah Wyndham Lewis, autora de The Wild Bee Handbook. “Las abejas melíferas dieron a los humanos alimento, medicina y un comercio, que les permitió mejorar sus vidas. También podría haber sido la primera fuente de alcohol”.
Por: DAVID SEGAL
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