Ocucaje, Perú — Hace millones de años, un desierto en Perú era punto de reunión de criaturas marinas fantásticas: ballenas que caminaban, delfines con caras de morsa, tiburones con dientes tan grandes como una cabeza humana, pingüinos con plumaje rojo, perezosos acuáticos.
Se reproducían en una laguna poco profunda protegida por colinas que aún envuelven el paisaje hoy en día. Con el tiempo, movimientos tectónicos elevaron la tierra del mar. Hace más de 10 mil años, llegaron las personas, trayendo arte y arquitectura monumental.
Los investigadores han unido estas instantáneas del pasado distante a partir de las tumbas y los huesos encontrados diseminados en la Cuenca de Pisco, una capa gruesa de sedimento rico en fósiles que se extiende por más de 500 kilómetros cuadrados de terreno yermo y corredores ribereños entre los Andes y la costa del Pacífico del sur de Perú.
Los descubrimientos en la región han llegado a un ritmo acelerado, con al menos 55 especies nuevas de vertebrados marinos encontrados. En agosto, paleontólogos develaron lo que podría ser el hallazgo más extraordinario en la región a la fecha: Perucetus colossus, una ballena tipo manatí ahora considerada el animal más pesado que jamás haya existido.
“Parece que siempre hay algo nuevo que sale de Perú”, dijo Nicholas Pyenson, un curador de fósiles de mamíferos marinos en el Instituto Smithsonian en Washington.
Sin embargo, paleontólogos advierten que esta abundancia está bajo amenaza. En Ocucaje, la entrada a la Cuenca de Pisco, el desierto está siendo dividido en terrenos para proyectos inmobiliarios, asentamientos de paracaidistas y granjas avícolas. Carreteras nuevas atraviesan franjas barridas por el viento de desierto y dunas de arena.
“Estamos siendo diseccionados”, comentó Laura Peña, la Alcaldesa de Ocucaje. Ha sucedido tan rápido que aún estamos tratando de determinar quién es dueño de qué y qué tanto de esto es legal, añadió.
Muchas subdivisiones contienen fósiles o sitios precolombinos que debieron haber sido declarados protegidos hace años, dijo Peña.
Manuel Uchuya, de 73 años, vive en una comunidad de paracaidistas sobre un centro ceremonial de la cultura precolombina paracas. Hace más de un siglo, el arqueólogo alemán Max Uhle desenterró varias momias en el sitio que tenían al menos mil años y estaban envueltas en elaboradas mortajas funerarias.
“No teníamos a dónde ir”, aseguró Uchuya. El sitio ya había sido saqueado cuando él y su esposa construyeron una choza en un terreno pequeño hace unos 20 años, recordó él.
Ocucaje, en la región de Ica en el sur de Perú, tiene una población de menos de 5 mil habitantes.
Mario Urbina Schmitt, un paleontólogo radicado en la capital, Lima, quedó sorprendido cuando regresó al área en el 2021. Mientras muchos peruanos estaban confinados, estallaron los reclamos de tierra y los asentamientos.
Los arqueólogos saben que Ocucaje es una intersección de civilizaciones antiguas —un lugar donde los pueblos paraca y nazca crearon figuras en laderas de colinas y los incas trazaron una senda para conectar la región a su imperio.
Los paleontólogos consideran que la región es una de las mejores para investigar la evolución de animales marinos. La ausencia virtual de precipitación ha preservado incluso el color rojo en el plumaje del pingüino Inkayacu de 1.5 metros de estatura y los filtros tipo cabello en los hocicos de ballenas.
Hace una década, Urbina Schmitt vio una vértebra grande de Perucetus incrustada en la ladera de un acantilado. La revelación de la nueva especie, publicada en agosto en un estudio en la revista Nature del que él fue coautor, ha sido muy celebrada en Perú.
Los paleontólogos esperan que la emoción se traduzca en más apoyo para su labor y sus esfuerzos para proteger Ocucaje. Los arqueólogos temen que la urbanización descontrolada pueda destruir hallazgos valiosos antes de que sean conocidos.
Alguna vez se creyó que los geoglifos —diseños a gran escala hechos al raspar la tierra o alinear rocas— habían sido creados sólo por la civilización nazca, cuyas figuras se extienden por el desierto unos 80 kilómetros al norte. Pero geoglifos más antiguos hechos por los paracas son hallados con cada vez mayor frecuencia en laderas en Ocucaje y valles cercanos.
Una residente, Mirtha Mendocilla, de 28 años, recordó llevar a su hijo y los amigos de él a ver un geoglifo que los residentes locales hallaron cerca del pueblo —sólo para toparse con bardas y un rótulo que rezaba “propiedad privada”.
“Esta es nuestra herencia”, dijo Mendocilla. “Tenemos que recuperarla antes de que sea arruinada”.
MITRA TAJ. THE NEW YORK TIMES
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