¿No le vendría bien al universo algunas mejoras? Esa fue la pregunta que David Anderson, científico computacional en la Universidad de California, en Berkeley, hizo recientemente a sus colegas y amigos.
En los últimos años, la idea de que nuestro universo, incluidos nosotros mismos y todos nuestros pensamientos, es una simulación computacional ha permeado la cultura. En un influyente ensayo en el 2003, Nick Bostrom, filósofo en la Universidad de Oxford y director del Instituto para el Futuro de la Humanidad, propuso la idea, añadiendo que probablemente era un logro fácil para civilizaciones “tecnológicamente maduras” que querían explorar su historias o entretener a su descendencia.
Es difícil de probar, y no todo mundo coincide en que una extrapolación así de nuestra potencia computacional sea posible, o que la civilización dure lo suficiente para llevarla a cabo. Pero tampoco podemos refutar la idea, por lo que pensadores como Bostrom sostienen que debemos tomar la posibilidad en serio.
Hace un par de años, encerrado por la pandemia, Anderson comenzó a explorar esta idea con su hijo adolescente. Si todo fuera una simulación, entonces hacer mejoras simplemente sería una cuestión de alterar el programa que ejecuta todo. Las modificaciones podrían cambiar las leyes de la física o agregar nuevas características al universo.
Lo que es más, si el software fuera de código abierto —disponible públicamente para que los programadores lo manipulen— entonces estos “meta-hackers” podrían estar abiertos a nuestras solicitudes, sugirió Dan Werthimer, colega de Anderson en Berkeley. Piense en ello como una versión cibernética de la oración.
Anderson preguntó a sus colegas cómo modificarían el algoritmo. Publicó las respuestas en su blog, junto con cómo se podrían implementar los cambios. El énfasis no era eliminar la injusticia, sino sortear las vicisitudes de la “vida”.
Algunas solicitudes de funciones de sus encuestados: la capacidad de pausar la simulación el tiempo suficiente para pensar en una réplica ingeniosa al conversar, o una opción para dar rewind y deshacer un comentario lamentable o volver a visitar una oportunidad perdida.
Anderson señaló que el uso de funciones así podría requerir una cantidad significativa de ingeniería computacional. Por ejemplo, pausar el universo para cavilar una respuesta incisiva requeriría ramificar tu propia existencia en una simulación paralela temporal; luego, ya sabiendo lo que deseaba decir, podía presionar la tecla de escape y volver a la simulación original. Dar rewind para corregir el pasado también haría que la simulación se ramificara, pero en este caso, dijo Anderson, se continuaría en la simulación paralela. Por supuesto, agregó, “aplica la rareza habitual de los viajes en el tiempo”.
Poner el pie en el futuro y regresar dotaría a tu yo presente con recuerdos de cosas que aún no habían sucedido. Esto, a su vez, cambiaría el futuro, de modo que cuando llegaras allí no sería exactamente lo que recordabas. Del mismo modo, dar un paso hacia el pasado podría alterar lo que recuerdas que sucedió en el futuro. Incluso podría eliminar tu propia existencia, como sucede con el viajero del tiempo en la historia clásica de Ray Bradbury “El sonido del trueno”, que pisa una mariposa y regresa a un futuro en el que los nazis gobiernan el mundo.
Una modificación popular es lo que Anderson llama “la mirada de la muerte”, la máxima expresión de la ira tras el volante: con un parpadeo, se podría condenar a los conductores infractores a ser vaporizados por un láser.
“Es una apuesta segura que alguien me daría la mirada de la muerte en el curso de uno o dos días”, escribe Anderson en su blog. “Y en cuestión de unas cuantas semanas, prácticamente todos los conductores habrían sido incinerados. Entonces, probablemente sea mejor implementar esto para que cada mirada de la muerte se bifurque en un nuevo universo donde ocurra la incineración solicitada, pero el universo original continúe sin que eso se lleve a cabo”.
Por: DENNIS OVERBYE
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