La economía mundial ya estaba lidiando con un desconcertante abanico de variables, desde conflictos geopolíticos hasta una desaceleración en China. Luego, el Presidente Donald J. Trump desató un plan para arrancar de raíz décadas de política comercial.
Al iniciar un proceso para imponer aranceles recíprocos a los socios comerciales estadounidenses, Trump aumentó la volatilidad para las empresas internacionales. En concepto, el argumento a favor de los aranceles recíprocos es sencillo: cualesquiera que sean los impuestos que enfrentan las empresas estadounidenses al exportar sus productos a otro país deben aplicarse a las importaciones de ese mismo país.
Trump tiene mucho tiempo de abogar por este principio, presentándolo como una simple cuestión de justicia —resarcir el hecho de que muchos socios comerciales estadounidenses mantienen aranceles más altos.
Sin embargo, en la práctica, calcular las tasas arancelarias individuales de miles de productos provenientes de más de 150 países plantea un problema monumental de ejecución para una amplia gama de empresas.
“Es potencialmente una tarea hercúlea”, dijo Ted Murphy, experto en comercio exterior en Sidley Austin, una firma de abogados en Washington. “Puedes tener 150 tasas de gravámenes diferentes para cada artículo diferente y cada clasificación arancelaria. Tienes desde Albania hasta Zimbabwe”.
La orden que firmó Trump el 13 de febrero ordenó a sus agencias estudiar cómo proceder con los aranceles recíprocos. Eso elevó el riesgo de mayores precios para los consumidores estadounidenses en un momento de creciente preocupación por la inflación, desafiando las propias promesas del Presidente de bajar los precios.
También acelera el deterioro del sistema de comercio mundial, que durante mucho tiempo se ha centrado en bloques multilaterales y es mediado por la Organización Mundial del Comercio. Trump quiere una nueva era en la que los tratados den paso a negociaciones entre país y país en medio de un brío nacionalista.
La transición amenaza con incrementar la presión sobre las cadenas de suministro globales después de años de trastornos. Las empresas internacionales han lidiado con una guerra comercial en desarrollo entre las dos economías más grandes del mundo, Estados Unidos y China. Han enfrentado a impedimentos para el paso por los canales de Suez y Panamá, disparando los precios del transporte marítimo.
Ahora, Trump les ha presentado otro enigma formidable. Bajo el sistema que ha prevalecido durante 30 años, los países de la OMC fijan aranceles para cada tipo de bien, extendiendo la misma tasa básica a todos los . También han negociado tratados —con otros países y vía bloques comerciales regionales— que han reducido aún más los aranceles.
Trump tiene mucho tiempo de describir a EE. UU. como una víctima de esta estructura, citando los déficits comerciales con China, México y Alemania. Al anunciar la llegada de aranceles recíprocos, indicó que reclama la autoridad para renegociar los términos a su gusto, sin respetar los acuerdos comerciales existentes.
No pareció coincidencia que Trump hiciera su anuncio el día en que Narendra Modi, Primer Ministro de India, visitó la Casa Blanca. EE. UU. tiene un déficit comercial sustancial con India, con el valor de sus bienes importados, superando sus exportaciones el año pasado por 45 mil millones de dólares. Esas importaciones incluyen plásticos y productos químicos sujetos a aranceles inferiores al 6 por ciento cuando se envían a EE.UU. , reporta el Banco Mundial. Cuando se exportan productos estadounidenses similares a India, enfrentan a aranceles que oscilan entre el 10 y el 30 por ciento.
Si la istración Trump eleva los gravámenes estadounidenses a niveles iguales, eso obligaría a las fábricas estadounidenses a pagar más por los productos químicos y plásticos. El mismo patrón se aplica a una amplia gama de productos: calzado de Vietnam, maquinaria y agricultura de Brasil, textiles y hule de Indonesia.
Algunos expertos ven en el enfoque de Trump una posible táctica de negociación destinada a obligar a los socios comerciales a reducir sus propios aranceles, más que un preludio a que EE. UU. eleve los suyos. Si eso resulta cierto, el proceso de cálculo de nuevas tasas arancelarias podría en realidad bajar los precios.
“Hay muchas maneras en que esto puede salirnos muy mal”, dijo Christine McDaniel, exfuncionaria del Tesoro de EE. UU. . “Pero si él puede lograr que otros países abran sus mercados, hay un camino estrecho donde esto podría terminar promoviendo el comercio”.
Los negocios, como dice el cliché, no anhelan nada más que certeza. Ese bien es cada vez más escaso.