SAN QUENTIN, California — Una tarde de septiembre, el corredor Markelle Taylor, conocido como “Markelle la Gacela”, entró por la oscura poterna y las torres almenadas de un lugar del que una vez estuvo encantado de abandonar: la Prisión Estatal San Quintín en California. Acompañado por entrenadores voluntarios del Club 1000 Mile de la prisión, Taylor, que estuvo encarcelado 18 años por asesinato en segundo grado, no podía esperar a ver a sus hermanos, todos ellos cumpliendo sentencias que conllevan una pena máxima de cadena perpetua.
Taylor, de 50 años, se ganó su apodo en el 2019 en el Maratón de San Quintín, donde dio 104 vueltas y media alrededor del patio de la prisión lo suficientemente rápido como para calificar para el Maratón de Boston, en el que compitió seis semanas después de su liberación. Después de terminar su sentencia, Taylor buscó regresar como mentor. Ahora acude a San Quintín para entrenar corredores cada tercer lunes.
“Al ser un ex convicto que purgó una condena larga, aporto ese vínculo”, dijo. “Quiero darles esperanza, simplemente estar ahí para ellos en todo lo que pueda. Para ayudarlos a ser mejores atletas”.
Las carreras en la prisión comienzan después de la cena y del recuento diario obligatorio.
“Markelle nos da esperanza, lo cual es una bendición”, dijo Kirivuthy Soy, miembro del 1000 Mile Club. “Que él haya salido demuestra que el hecho de que seas un condenado a cadena perpetua no significa que vas a estar aquí para siempre”.
Cuando Taylor comenzó a correr durante su propia sentencia, “todo se conectó mental y espiritualmente”, dijo. “Estuve libre cuatro años antes de que me liberaran”.
Creció víctima de violencia doméstica y sexual y era adicto al alcohol. A los 27 años, fue sentenciado a entre 15 años y cadena perpetua por agredir a su novia embarazada, provocando el nacimiento prematuro del bebé, que terminó por morir.
“No sabía cómo procesar toda esa ira mal dirigida”, dijo. “Cuando sientes que no eres nada, tiendes a gravitar hacia lo negativo. Me siento mucho mejor acerca de quién soy hoy. Soy bastante consciente de intentar aferrarme a lo bueno de mi vida”.
Taylor aparece en “26.2 to Life: Inside The San Quentin Prison Marathon”, un documental de Christine Yoo. Ha estado viajando por Estados Unidos para asistir a festivales de cine. Su naturalidad como orador le ha ayudado a conectar con el público sobre su historia y la necesidad de una reforma penitenciaria.
Para Taylor, es una experiencia sanadora. “Mientras más lo veo, más me ayuda a procesar internamente lo que he pasado en mi vida y a seguir rindiendo cuentas respecto al dolor y sufrimiento que he causado”, dijo, añadiendo que le ayuda con sus 22 años de estar sobrio. Aún asiste a sesiones de Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos.
Su vida como consentido de los festivales de cine se siente muy alejada de su realidad cotidiana. Como muchas personas que han estado tras las rejas, batalla para encontrar un empleo significativo y bien remunerado, ganando 17.25 dólares la hora como cajero de supermercado. “Siendo negro, tengo que esforzarme más que nadie, y con antecedentes penales es realmente difícil”, dijo.
Entre los viajes y el trabajo no ha podido entrenar con la regularidad que le gustaría. “Cuando corro, estoy mucho más concentrado”, dijo. “Me ayuda a levantarme”.
Aunque Taylor continúa corriendo maratones, su misión en este momento es “ser un embajador de los encarcelados de por vida”, dijo. “Lo importante es correr con alegría, amor y sentido de propósito, y no perseguir mis propias metas personales”.
“Estuve libre cuatro años antes de que me liberaran”.
PATRICIA LEIGH BROWN. THE NEW YORK TIMES
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