Al Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo se le puso la primera piedra en Bogotá a finales de 2007, durante la alcaldía de Luis Eduardo Garzón. Nació con el ADN que debería circular por la sangre demócrata de todas las políticas de gobierno: en ejercicio del derecho a la participación, construir de manera concertada entre lo público y lo privado.
Inaugurado en 2010 con un concierto lírico, se siguió este mismo formato para celebrar sus primeros quince años, con una presentación inolvidable de la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Durante este lapso, su director general, Ramiro Osorio, gracias a una gestión que lo califica como el más exitoso gestor cultural del país, continuó el manejo de este teatro con la misma visión política que se tuvo entonces en la llamada "Bogotá sin Indiferencia".
La fiesta se inició con un discurso muy aplaudido que hizo su director sobre los éxitos obtenidos hasta el momento, y las proyecciones de este gran centro de las artes escénicas. El actual secretario distrital de Cultura de Bogotá, Santiago Trujillo, y la directora del Idartes, María Claudia Parias, se lucieron con palabras enfocadas en los objetivos de los programas de cultura y artes en la capital.
Enseguida, bajo la batuta de Joachim Gustafsson, director titular de la orquesta capitalina, se escuchó a la soprano afroamericana Angel Blue, artista lírica cosmopolita, de gran belleza vocal, con unos agudos que dejan huella en el alma de quien la escucha y una personalidad encantadora. Los amantes de la ópera llenaron el auditorio que la aplaudió fascinado, en especial por su versión de Pace, pace, mio Dio, aria de La forza del destino, de Giuseppe Verdi, y Vissi d’arte, de la ópera Tosca, de Giacomo Puccini, erróneamente anunciada como ópera de Verdi en el programa de mano.
Un esfuerzo por visibilizar al talento colombiano que comparte escena con grandes figuras internacionales en todos los campos del arte escénico.
Esta artista, además de su voz, cautivó al público con un gesto que, sin decirlo, dijo algo de lo que acontece con los líderes egocéntricos de su país, y del nuestro. Vestida de color rojo, con la bandera de Colombia sobre sus hombros, interpretó una nostálgica aria: Las carceleras, del español Ruperto Chapi: “Quitar el amor es como quitarle los pétalos a una flor”. Del húngaro Imre Kálmán, cantó La princesa gitana: “Con la tristeza de sus raíces arrancadas y las montañas que no volverá a ver”. ¿Acaso, arropada con nuestro símbolo patrio, evocaba con su canto a los sufridos migrantes colombianos?
Después del intermedio la orquesta resplandeció con el preludio de la ópera Edgar, de Puccini, también citada por error en el programa de mano como de autoría de Verdi. Al parecer, esta fue la música que sonó a manera de marcha fúnebre en el entierro de su compositor.
Se siente la maestría con la que el concertino principal, el maestro Luis Martín Niño, trabaja la sección de las cuerdas: uniformidad sonora y contrastado colorido. El único lunar fue el excesivo volumen orquestal en el acompañamiento a la solista soprano mientras emitía su voz media y grave. Mayor sensibilidad acústica del director de la orquesta en esos momentos habría sido agradecida por el público presente.
Este festejo feliz del Teatro Mayor seguirá durante el 2025 con una destacada temporada lírica que incluye óperas, zarzuelas, ballet y conciertos, de la mano de orquestas, coros y compañías nacionales e internacionales, en un esfuerzo por visibilizar al talento colombiano que comparte escena con grandes figuras internacionales en todos los campos del arte escénico.
Que sean muchos, muchos más, los cumpleaños de este gran centro cultural colombiano, hoy referente de organización exitosa para otros teatros en Latinoamérica.