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Noticia

Se arreglan ventiladores

De un bando o del otro, todos creen tener la razón y califican al otro de instrumento del sistema.

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ESCRITOR Y COLUMNISTAActualizado:

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No sé por qué no me sale marchar con la oposición, y eso que Petro es fatal, un hombre desbordado por su propio ego, al que solo le gustan las cosas a su manera y que grita a favor de la unión nacional mientras que no hace sino dividir. Pocas cosas generan tanto odio como la política del amor.

Yo lo siento como un señor de barrio del que no se sabe mayor cosa. En el mío había uno. Vivía solo y no sabíamos nada de su pasado ni de dónde sacaba plata para mantenerse porque no hacía nada, salvo hablar de utopías y tener una solución para todo. Por ahí se la pasaba haciéndole arreglos a la casa; una silla del comedor coja, un ventilador que no funcionaba, pero ya, arreglos que le tomaban meses y que no quedaban de la mejor manera, mientras que con tres ideas mal argumentadas era capaz de solucionar problemas sociales que llevaban décadas entre nosotros.
No creo que al final nos importe ninguno de los dos, y más bien nos agarramos de lo que sea con tal de tener una excusa para hacer lo que más nos gusta: desbocar nuestra violencia acumulada.
Pues eso es el presidente, un señor con una labia atrapante que pocas veces funciona en la práctica, y que además carece en ocasiones de estructura y lógica, como cuando dijo Agamenón para referise al Armagedón. Y lo dijo dos veces, como para que no quedara duda. O como cuando en la ONU afirmó que había que expandir el virus de la vida por las estrellas del universo.

Qué poeta de quinta, lleno de frases que en su cabeza suenan geniales pero que aplicadas a la vida no son más que ideas vagas. Y hay quien le copia y lo aplaude por ello, incapaz de diferenciar entre el personaje de la mitología griega y el fin del mundo.

Y aun así, prefiero no salir a marchar contra los que se oponen a eso. Es que son impresentables también. Yo llevo mucho tiempo rompiéndome el lomo como para salir ahora junto a personas con sombrero aguadeño, fotos de Bukele, ataúdes y banderas de Israel. Tampoco quiero salir junto a personas con la bandera de Palestina, entre otras cosas, porque no entiendo por qué razón es importante dejar en claro de qué lado estamos.

No creo que al final nos importe ninguno de los dos, y más bien nos agarramos de lo que sea con tal de tener una excusa para hacer lo que más nos gusta: desbocar nuestra violencia acumulada. En el fondo, a los marchantes no les importan los desplazados ni las víctimas del sistema de salud ni los ancianos sin pensión, les importa tener la razón y no perder el poder, y con tal de eso son capaces de lo que sea, hasta de posar de preocupados. No les importa Colombia, sino su Colombia; es decir, no perder sus privilegios.

Sí creo que tiene más razón de ser la otra marcha, la del pasado primero de mayo, en la que en teoría salieron aquellos marginados que llevan años luchando por oportunidades. Sin embargo, tampoco me dio por salir con ellos porque, nuevamente, este gobierno es indefendible. De un bando o del otro, todos creen tener la razón y califican al otro de bruto, de instrumento del sistema. Por alguna razón creen que su marcha sí es legítima y que surgió de un clamor popular espontáneo, mientras que la del otro es solo una treta de una fuerza oscura que supo engañarlos para que salieran a protestar.

Me parece que ambos están en las mismas, manipulados mientras juran que sus actos son naturales y lógicos, pero sobre todo, justos. Pasa mucho que creemos ser capaces de analizar los hechos y después sacar conclusiones, cuando es más bien al contrario: primero creemos en algo y después buscamos aquellos argumentos que se adaptan a nuestras ideas.

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