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Opinión

A mí también me gustó ‘Cien años de soledad’ en Netflix

Dos cosas me gustaron de la serie: las ambientaciones nocturnas y los efectos cinematográficos.

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Juan Esteban Constaín escribió una columna en este diario donde decía que le gustó la serie que realizó Netflix de Cien años de soledad, la obra cumbre de Gabriel García Márquez. En ese artículo reveló, entre otras cosas, que se había hecho la promesa de no verla porque "le parecía imposible trasladar al lenguaje del cine un prodigio literario", y porque no quería saber cómo iban a llevar "al ritmo imparable de la televisión un libro en el que ocurre de todo". Debo decir que yo también quise resistirme a ver en televisión un libro escrito en una prosa oceánica, con un aliento poético que ilumina con fulgor el texto desde la primera línea. Pero sucumbí ante los mensajes de muchos lectores que me pedían una opinión sobre la adaptación televisiva de la obra.
Inicio mi apreciación revelando que cuando leí por primera vez Cien años de soledad me pasó lo mismo que a García Márquez cuando Álvaro Mutis le entregó Pedro Páramo y El llano en llamas, los libros de Juan Rulfo, diciéndole: "Lea esto para que aprenda a escribir". Para mí, la lectura de esta novela fue una revelación. Nunca olvido a Orlando Aguirre Alzate, un primo a quien quiero como si fuera mi hermano, cuando una tarde del año 1972 me regaló el libro con una advertencia casi igual: "Si quiere ser un gran escritor, debe leer esta obra". Cuando, en la noche, al llegar a la casa, abrí sus páginas, me deslumbró esta frase inicial: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo".
Desde entonces, mi iración por la obra de García Márquez ha ido en crescendo. He leído seis veces Cien años de soledad, y como me dijo Fernando Soto Aparicio cuando le pregunté por este libro en un reportaje publicado en la revista Dominical de El Colombiano, que dirigía Juan José García Posada, en cada lectura lo encuentro más sustancioso, más perfecto, más apasionante. Tanto, que muchos años después terminé escribiendo un libro, Para conocer a García Márquez, que contó con la fortuna de que el Ministerio de Cultura contratara con mi editor una edición de 3.000 ejemplares, dentro del programa Leer es mi cuento, que repartió en todas las bibliotecas públicas del país. Esto me llevó a convertirme en conferencista sobre su obra literaria en planteles educativos.
Vamos, pues, al grano. Siempre pensé que un libro de semejante calidad literaria, donde los personajes tienen connotaciones mágicas y los hechos históricos se magnifican para mostrar un mundo inverosímil, era imposible llevarlo a la pantalla. Me parecía difícil recrear visualmente escenas como la ascensión de Remedios la Bella al cielo, envuelta en las sábanas que su abuela Úrsula Iguarán ponía a secar en el patio de la casa, o llevar hasta la vivienda de su madre el hilo de sangre que sale de la casa de Rebeca después de que ella mata de un disparo en la sien a José Arcadio Buendía, o lograr la levitación del padre Nicanor Reina mientras celebra la misa, o darle verosimilitud al aguacero que dura cuatro años, once meses y dos días. En la serie de Netflix, algunos de estos sucesos fueron bien logrados.
En la serie de Netflix, algunos de estos sucesos de connotación mágica fueron bien logrados.
Mauricio Laurens, el crítico de cine de este diario, escribió en su columna que después de cinco décadas "de considerarse irrealizable y retadora su adaptación en imágenes", Cien años de soledad fue un gran reto creativo para la gente de Netflix. Argumenta que los primeros capítulos fueron "una cadena de relatos dramáticos insuficientes y deshilvanados, con actuaciones flojas o anodinas". En este punto, debo decir que a mí los primeros capítulos me decepcionaron. ¿La razón? Vi a una Úrsula Iguarán impostada, poco convincente, sin fuerza dramática. Pero la actriz que la personificó en su edad madura, Marleyda Soto Ríos, le dio fuerza expresiva al personaje. Su actuación en el momento en que el capitán Roque Carnicero va a fusilar al coronel Aureliano Buendía fue estupenda.
En la serie, Úrsula es un personaje que nunca se ríe. Se le nota en su rostro que lleva en el alma una tristeza. La única vez que se le dibuja una sonrisa es cuando va hasta el castaño a leerle a José Arcadio la carta escrita por el coronel Aureliano Buendía, donde le dice que cuide a su padre porque se va a morir. Ni siquiera sonríe cuando el nuevo jefe militar de Macondo, el coronel Gerineldo Márquez, va a visitarla a su casa para prometerle que no perseguirá a nadie por cuestiones políticas. Tiene motivos para estar triste: su hijo José Arcadio se va de la casa detrás de una gitana del circo, Remedios Moscote muere cuando está esperando mellizos y Aureliano se declara en rebeldía porque no estuvo de acuerdo con el fraude electoral cometido por su suegro Apolinar Moscote el día de elecciones.
Dos cosas me gustaron de la serie: las ambientaciones nocturnas y los efectos cinematográficos. Excelente la iluminación de los interiores con mecheros; le daba belleza a las escenas. La otra fue mágica: las puertas y ventanas que se abren impulsadas por un viento fuerte parecían reales. Lo que sí me pareció exagerado fue la escenificación del éxodo para fundar el pueblo. En la novela solo veinte personas acompañan a José Arcadio Buendía en su viaje por el camino de la Sierra, y en la serie pusieron más de cien. Lo mismo ocurrió con la protesta liderada por el mismo personaje cuando visitó al corregidor para decirle que la gente podía pintar las casas del color que le diera la gana, y no azules como él ordenó. Desde luego, uno entiende que el director tiene licencia para magnificar los hechos.
Algunos personajes fueron irreales en la serie. Por ejemplo, José Arcadio hijo no apareció con la corpulencia que García Márquez le da en la novela. El escritor muestra a un hombre fornido. Tanto, que cuando murió, tuvieron que mandar a hacerle un ataúd de "dos metros y treinta centímetros de largo y un metro diez centímetros de ancho, reforzado por dentro con planchas de hierro y atornillado con pernos de acero". La serie tampoco mostró cuándo es retado en la tienda de Catarino para sacar la vitrina mostrador a la calle, donde demostró que tenía una fuerza descomunal. Necesitaron veinte hombres para volverla a poner en su sitio. Además, ignoró la visita a Macondo de los diecisiete hijos del coronel Aureliano Buendía con motivo de la fiesta que ofreció Úrsula por la ampliación de la casa.

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