A la entrada de mi casa tengo enmarcado un formato de retiro de materia de mis días de universidad. La materia era periodismo de opinión y en la casilla donde se pregunta el motivo puse: “Me aburro”. El papel cuelga ahora de una pared, pero durante largo tiempo estuvo olvidado en algún cajón hasta que un día mi pareja lo descubrió y, sin avisarme, lo enmarcó y me lo regaló de cumpleaños.
No estaba aburrido, más bien era un idiota que decía lo que fuera para llamar la atención. No tenía razón alguna para escribir tal cosa, que la opinión me gusta y la he ejercido durante años. Más bien estaba lleno de rabia y al mismo tiempo de ganas de vivir, de comerme el mundo; lo curioso es que ese intenso deseo nunca se materializó, al menos no como esperaba. Hoy me encuentro mucho más atrás de lo que creía en aquel tiempo que iba a estar a mi edad y, curiosamente, lo que me ha permitido avanzar no ha sido la furia, sino el sosiego.
Lo cierto es que yo antes nunca me aburría; al revés, no me alcanzaba el tiempo para hacer todo lo que me gustaba. Ahora es al contrario y a ratos me hastío montones, como si nada fuera suficiente. Y eso es porque estoy cambiando, reacomodándome y buscando nuevas actividades y personas porque lo que solía agradarme ahora me desanima.
Mi padre me decía en los últimos años de su vida que se aburría. Más que una queja, era un grito a ver si yo lo escuchaba, pero de mí no salía nada porque nuestra relación era cordial, pero hasta ahí. Nunca hubo mayor intimidad, lo que impedía que yo compartiera mis emociones. Yo lo visitaba un par de veces al año y pasaba algunas semanas con él, pero no eran suficientes para acercarnos, porque más que ser un tema de tiempo era un asunto de actitud y de viejas cicatrices no sanadas. Ya retirado, él jugaba dominó, tomaba tinto, arreglaba cosas y veía mucha televisión; era un ser con mucho talento que ya no ejercía.
Uno tiene que aferrarse a algo para seguir viviendo con alegría, pero a algo propio, que viva dentro de nosotros.
Yo era incapaz de entenderlo porque tenía la vida por delante y me despertaba cada mañana muerto de curiosidad por saber qué iba a pasarme. Hoy me sigue ocurriendo, pero de otra forma. Me ha dejado de gustar el fútbol, series de TV no es que vea mucho y las películas que me gustan son las viejas. Creo que el cine de hoy, con tanto superhéroe y tanta explosión, tiene poco que ofrecer.
¿Qué hace uno cuando ya no lo hace feliz lo que antes sí? Cambiar de vida, supongo, y eso es lo que me está pasando. En la calle no hay mayor cosa y en el internet tampoco, y sin embargo a él vivimos pegados porque nos encanta buscar respuesta donde no hay ninguna. Uno tiene que aferrarse a algo para seguir viviendo con alegría, pero a algo propio, que viva dentro de nosotros, no a la fiesta del sábado, al partido del domingo o al dinero que se hace de lunes a viernes.
Mi papá fue siempre un hombre fuerte pese a sus defectos y terminó como un niño asustado, o al menos así lo veía yo, lo que me hacía repetirme que yo no terminaría así. Ahora ya no sé por qué la vida muchas veces nos sobrepasa sin que sepamos cómo, a más de un genio se le ha salido durante sus últimos días el alma perturbada que cargaba dentro.
Hace poco me escribió una amiga, me dijo que alguien le había preguntado por mí porque quería saber si estaba bien, y luego añadió que no había sabido qué contestarle. Yo tampoco, la verdad. Ahora me siento fuerte, enfocado y sosegado, sin afán por lo que antes me desvelaba, como la necesidad de agradar, de destacarme como fuera. Pero la vida da vueltas y si termino loco o aburrido como mi padre, no pasa nada. En cuanto a la mujer que enmarcó el papel de la universidad, ya no estamos juntos y a ratos la extraño; era una gran persona, pero tampoco es un drama, que la vida está llena de pérdidas. Es bueno ser yo, casi siempre.
ADOLFO ZABLEH DURÁN