Hace dos semanas vi la última escena del último capítulo de la sexta temporada de Mad men y me pareció que era lo más bonito que he visto en televisión, y no me refiero solo a series.
Había empezado a ver el show cinco años atrás y lo dejé a la mitad de la segunda temporada porque me parecía que en él no pasaba nada. Sospeché en ese momento que volvería a verlo cuando estuviera listo, pero nunca se sabe, que nuestras vidas están llenas de promesas hechas y rotas por nosotros mismos.
Pero ahora, a mitad de 2023, volví por puro desparche y no paré hasta terminarlo, misión que cumplí en poco más de un mes: 92 capítulos divididos en siete temporadas. La serie no cambió, es exactamente la misma que dejó de transmitirse en 2105, claramente el que cambió fui yo. A veces tienes que convertirte en otra persona para que puedas valorar ciertos regalos de la vida.
En la escena en cuestión, el protagonista lleva a sus hijos a que conozcan la casa de su infancia en medio de una crisis personal que tiene en riesgo su trabajo, su matrimonio y su vida misma, y lo único que dice es “Aquí es donde crecí”.
Una de las razones del éxito de Mad men es que esa década de oro de la publicidad estadounidense gira en torno a la vida de su protagonista
Inmediatamente suena Both sides now, de Joni Mitchell, que es la mitad de la escena, para ser justo. Mitchell tiene una sensibilidad única, para escribir como ella hay que cargar con una melancolía muy profunda que parece que no se diluyera, y no cualquiera está dispuesto a llevar semejante peso.
Claro, no por meter una casa vieja y una frase se logra un efecto sobre el espectador, hay que estar involucrado con la serie y con el personaje para que te llegue. Y si estás conectado, entiendes la magnitud de lo que acabas de ver: seis temporadas perfectamente condensadas en una escena de un minuto y una sola frase, la explicación perfecta de por qué Don Draper se comporta como se comporta.
Antes, de él me chocaba ese pasado borroso con cambio de nombre incluido, una de las razones por la que dejé de ver la serie, pero esta vez entendí que esa faceta era clave y que una de las razones del éxito de Mad men es que esa década de oro de la publicidad estadounidense gira en torno a la vida de su protagonista, un personaje tan bien delineado que nada suyo, por absurdo que sea, nos sorprende. No sabemos qué va a hacer en cada capítulo, pero aquello que haga tiene sentido porque obedece a su naturaleza.
El capítulo del que hablo lo vi en la madrugada, más dormido que despierto. Había puesto el despertador a las seis y me desperté una hora antes, por lo que me pareció que el mejor plan era ver la serie. Todo transcurría normal, pero cuando llegó la escena de la casa quedé sentado sobre la cama.
A medida que transcurría sabía que estaba viendo algo extraordinario y me sentí contrariado. Feliz por haberlo notado en tiempo real, pero triste por saber que nunca volvería a verla por primera vez. Tuve claro que gracias a la magia de las plataformas podría repetirla las veces que quisiera, pero que nunca más sería nueva para mí. ¿No les ha pasado que están tan felices que en el mismo momento de disfrutar algo sienten nostalgia porque saben que nunca volverá? Pues eso. Nostalgia, algo en lo que son especialistas los norteamericanos. Son potencia en armas, religión, porno, música y cine; adoran la comida y el dinero en idénticas proporciones y, además de eso, manejan la nostalgia como nadie. No importa qué tan agresiva sea su política externa, se vuelven unos flanes cuando reviven sus comienzos como imperio, con sus grandes carros metálicos, sus suburbios rebosantes de verde, sus ferias de pueblo y sus carros de helado sonando por las calles.
Soy consciente de la poca relevancia que tiene hoy un programa que se dejó emitir hace ocho años, pero qué importa, está tan bien narrado que es la vida misma, y la vida nunca pasa de moda. A veces nos escudamos en lo que es supuestamente importante para no enfrentarnos a nosotros mismos.
ADOLFO ZABLEH DURÁN