Un paso adelante y dos atrás

Con el cambio de guardia en la presidencia de más de una docena de países latinoamericanos en los próximos dos años, no serán apenas las políticas económicas las que experimenten avances o retrocesos. Conquistas sociales que han logrado abrirse camino en medio de la resistencia férrea de los sectores más conservadores pueden peligrar, en una trágica demostración de que el progreso no es irreversible.

El ejemplo más obvio del impacto que un gobierno conservador tiene en la agenda social está en la istración norteamericana, en donde iniciativas anti-LGBT, antiplanificación familiar, antiaborto y a favor de la discriminación de origen religioso –según denuncias frescas de grupos que defienden las libertades civiles– se abren paso de manera implacable con una decisión tras otra emanada desde los escalones más altos del Gobierno.

En una de las más recientes medidas, promulgada esta semana por la oficina del Fiscal General estadounidense, se establece que va contra la ley discriminar a los hombres y las mujeres, haciendo inexistente la noción de que también es contrario a la ley discriminar a las personas transgénero. Y tan solo ayer se expidió una directiva según la cual se autoriza a las organizaciones religiosas a contratar apenas a personas cuyas creencias y comportamientos son consistentes con los preceptos religiosos de sus empleadores. En apenas ocho meses, la lista de directivas que echan reversa sobre medidas que habían sido establecidas o defendidas por la anterior istración sigue creciendo.

Al igual que en Estados Unidos, el progreso social puede estar en retroceso en países de América Latina en donde hubo avances realmente significativos en los últimos años.

Tras ocupar el cargo de primera directora ejecutiva de la agencia de las Naciones Unidas para la promoción de la mujer, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, hizo de la igualdad femenina una de sus banderas de gobierno y en varios frentes importantes. Al cabo de una dura batalla en el Congreso de su país que llegó hasta el Tribunal Constitucional, hace escasas tres semanas la mandataria logró que se despenalizara el aborto por razones humanitarias. Chile fue el último país de Suramérica en hacerlo. La celebración de esa conquista duramente ganada se diluyó luego de que quien se perfila como su posible sucesor, el expresidente Sebastián Piñera, anunció que pretende hacer revisiones a ley.

Bachelet también introdujo en el sistema electoral chileno la exigencia de que los partidos políticos tengan un mínimo de 40 por ciento de mujeres en sus listas de candidatos. Como resultado, al cierre de las inscripciones de las listas para las elecciones al Congreso del próximo mes había cuatro veces más mujeres que las que se habían postulado en el 2013. Falta ver si esto trae como resultado más mujeres elegidas, pero lo que sí está comprobado es que cuando las mujeres llegan a posiciones de poder abren espacios que antes estaban cerrados. Más mujeres en el Congreso chileno producirán como resultado más mujeres en el Congreso chileno. Pero, acostumbradas a que una minoría masculina tome decisiones que les competen y las afectan, muchas mujeres chilenas tienen por qué estar preocupadas de que el paso adelante dado en la actual istración se convierta en dos pasos atrás en la próxima.

Habrá mucho que estudiar y debatir sobre el programa económico de los candidatos conservadores que pueden llegar a ganar en los ocho países que irán a las urnas en los próximos 18 meses.

ADRIANA LA ROTTA