En todo el mundo hay millones de personas que se ven obligadas a huir de su país, de su región o de su entorno natal. Hace unas semanas tuve la oportunidad de conocer a un joven de la República democrática del Congo. Rody tiene 30 años, viene de una familia grande, estudió derecho en Brazzaville y su mayor sueño es poder ser un ciudadano que participe y aporte a la sociedad.
Un abril hace 3 años, una ola de violencia lo obligó a huir de su país. En su silla de ruedas empezó el largo viaje a Alemania. Rody nació sin poder mover las piernas, por lo cual no puede caminar y la silla de ruedas le da cierta movilidad. Casi cuatro meses duró su dolorosa y compleja huida. Rody viajó solo. Dejando atrás todo aquellos que conocía, que amaba: sus tradiciones, su idioma, sus familiares y amigos que quedaron con vida. Llegó a un campo de refugiados en Berlín en donde se vio enfrentado al racismo y a la discriminación. Él mismo cuenta lo difícil que fue sentirse discriminado por ser un hombre, negro, refugiado y con una discapacidad.
Su historia me recordó y transportó a la de Jose, un hombre de 50 años que hoy vive en el sur del Bolívar, en la hermosa serranía de San Lucas, cerca del cerro 1800. Pero como muchas otras personas en Colombia fue desplazado y desarraigado, no solo una sino tres veces en su vida. Él es un hombre alto, musculoso, camina en jeans, blusas de manga corta y generalmente lleva un poncho sobre el hombro. De su cara y sus ojos salen historias sin fin. Hablan constantemente sin hablar. Y cuando habla, la voz tiembla un poco y se refugia en la mirada del otro.
Jose es oriundo de una comunidad afrodescendiente de Mutatá, Antioquia. Allí nació, creció y tuvo sus primeros dos hijos. Cuando su hija pequeña cumplió 7 años, llegaron los paramilitares al pueblo y, entre tiroteos y gritos, Jose cargó a sus dos hijos y se escondió con más familias en el río. Toda la noche estuvieron allí. Con frío y con los ojos abiertos y los oídos alerta. En absoluto silencio. Esta historia se repite dos veces más, y él sigue luchando por estar con vida, para estar para sus hijos.
Ambos llevan consigo dolores emocionales y físicos enormes. Y si se les hace doble clic a esos dolores, tienen mil subtítulos, unos hermosos y otros horrorosos. Y algunos horriblemente bellos. Este equipaje lo llevarán consigo, siempre. Por ellos y por muchas personas más, esperemos que un nuevo ciclo empiece. Un ciclo donde esos dolores, tal vez, un día sean menos pesados.
ADRIANA POMBO