Con gusto invitaría a almorzar a Marian Edgar Budd, obispa de la diócesis episcopal de Washington, por haberle cantado la tabla al presidente Trump ante su propio mechón en una ceremonia religiosa al día siguiente de su posesión. Con una cierta sonrisa, muy zen, le dijo a Trump lo que millones en la aldea global pensamos sobre los atropellos contra los migrantes.
Con el discurso de la señora Budd, el presidente quedó sin norte. Lo mismo le había sucedido a su antecesor Joe Biden, a quien Trump masacró sin miseria en su megalómano discurso. Una desproporcionada catilinaria como la suya ameritaba comprar sombrero en el San Victorino de Nueva York. Fue lo que hizo la reincidente primera dama, Melania, "made in" Eslovenia.
El aparatoso sombrero de la primera mujer gringa es todo un Empire State al ego. Ocultaba los ojos de la dueña. Con el perdón de Greta Garbo, el sombrero de misiá Melania me recordó el de la diva sueca en la película Casablanca. El todopoderoso Trump, con al botón nuclear, fue incapaz de estamparle un desganado beso en el cachete a su mujer. El sombrero hizo de feliz muro de contención.
Si Trump expulsa a todos los meseros, de pronto a él y a sus megaepulones (Musk, Bezzos, Zuckerberg) les toque atenderme en algún restaurante. No esperen propina de mi parte.
"Sobre yo, mi sombrero", le pudo haber cantado ella a él. Porque Trump y su mujer se exhiben mutuamente en público como los mexicanos decían que María Félix lucía a Agustín Lara: como si fuera un paraguas debajo del sobaco.
Lástima que el presidente Joe Biden hubiera ignorado el mensaje telepático que le envié cuando escuchaba el vaciadón de su antecesor-sucesor: Agarre el sombrero de la dignidad y déjele la silla vacía. En adelante, este escriba no invocará al santo Job sino al santo Joe.
¿Pero qué dijo la abuela-obispa en el discurso disponible en la red? Pidió clemencia por las minorías, incluidos niños, gais, lesbianas, transexuales. Y como Trump alegó que sobrevivió a un atentado gracias a Dios, la señora Budd le pidió en nombre del mismo Dios que tenga misericordia "por gente en nuestro país que tiene miedo". Trump le pidió disculparse.
No habrá disculpas, notificó la obispa, que también abogó "por gente que lava la loza luego de que comemos en restaurantes". Si Trump expulsa a todos los meseros, de pronto a él y a sus megaepulones (Musk, Bezzos, Zuckerberg) les toque atenderme en algún restaurante. No esperen propina de mi parte.