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La educación emocional como motor de cambio

Las competencias emocionales se desarrollan para convertirse en parte de la formación integral.

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Todos hemos cometido errores al reaccionar de forma indebida frente a una situación, lo que nos ha generado hacia el futuro pesar y dolor. Estos momentos nos llevan a preguntarnos: ¿tenemos realmente una preparación emocional? ¿Contamos con competencias emocionales que nos permitan dar una respuesta asertiva a los desafíos que enfrentamos, siendo fieles a nuestros valores y respetando a los demás? La respuesta, en muchos de los casos, es negativa. Podemos incluso afirmar que muchos somos “analfabetas emocionales”. Si bien es cierto que desde la familia y a lo largo de nuestra vida, en el modelo educativo tradicional hemos tenido referentes emocionales significativos, muchos no hemos obtenido una educación emocional estructurada, lo cual se evidencia inevitablemente en nuestro comportamiento.
Hace unas semanas contamos en la Universidad del Rosario con la visita del Dr. Rafael Bisquerra, experto en educación emocional, quien nos mencionaba que el primer paso para comprender y manejar adecuadamente nuestras emociones es precisamente la capacidad para conocernos a nosotros mismos e identificar permanentemente emociones básicas como sorpresa, asco, tristeza, ira, miedo y alegría. Debemos reconocerlas, aceptarlas y gestionarlas. Pero también es necesario comprender las emociones de otros, que es una oportunidad de aprendizaje, relacionamiento y de servicio a los demás. Lo anterior es una lección importante en una sociedad como la nuestra, donde se presentan actos de violencia por la falta de una educación emocional, pues las diferencias, en vez de ser una oportunidad de riqueza para Colombia, se convierten en un motivo de división irreversible.
Es necesario comprender las emociones de otros, que es una oportunidad de aprendizaje, relacionamiento y de servicio a los demás.
La realidad es cada vez más compleja, y los desafíos emocionales siempre estarán presentes, especialmente en la medida en que se asumen responsabilidades de liderazgo. Es por esto que debemos trabajar en el manejo de nuestras emociones. Más que un ejercicio reactivo ante una dificultad, las competencias emocionales se desarrollan y observan de forma preventiva para convertirse en parte de la formación integral de una persona. En este proceso es fundamental evitar la soberbia y comentarios como: “Yo soy así, y de malas quien no esté de acuerdo conmigo”. Esta falta de disposición al cambio obedece a la concepción errónea de que reconocer las emociones es sinónimo de debilidad. La invitación es a que todos podamos compartir nuestras emociones sin temor a ser juzgados, entendiendo como una fortaleza reconocerlas y compartirlas con los demás.
Debemos evitar juzgar el manejo de las emociones de los demás, ya que la realidad de cada persona es única y, aun cuando se pueden cometer errores en el comportamiento, todos tenemos derecho a una segunda oportunidad acompañada de una reflexión y un propósito de cambio. Desde una perspectiva pedagógica, es importante tener una visión optimista incluso en los momentos más difíciles de la vida. Debemos tener la capacidad para reflexionar sobre las emociones y su impacto en nuestro proyecto de vida, aprovechando las experiencias previas, valorando mucho más una sonrisa después de un periodo de llanto y apreciando la alegría que debe retornar al corazón de todos los colombianos.
ALEJANDRO CHEYNE
* Rector de la Universidad del Rosario

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