El mundo es cada vez más costoso. No solo por la inflación o los bajos ingresos de nosotros los jóvenes, sino por la cantidad de actividades, conciertos, experiencias y lugares que “debemos” sumar a nuestro perfil de Instagram con el fin de figurar en redes o preservar recuerdos. Tener un trabajo no basta, emprender puede ser más gasto que ganancia en un país que no apoya la producción nacional, emigrar puede ser una solución para muchos que no tienen miedo de empezar de cero, pero hoy quisiera hablar de otros jóvenes que deciden hacer de su cuerpo su mejor fuente de ingresos.
En el 2022, luego de una pandemia en la que los trabajos se redujeron y la necesidad de ingresos aumentó, se registraron aproximadamente 5.000 estudios webcam legalmente constituidos que generaron más de 150.000 empleos y facturaron alrededor de 600 millones de dólares. En 2023, debido al buen negocio que representa facturar en dólares, estas cifras han aumentado. El auge del negocio webcam se debe a la falsa creencia de que es mucho más seguro y que no implica permitir que otros usen los cuerpos de los jóvenes, sino que solo los iren. Tal vez por este motivo muchos jóvenes y adultos lo ven diferente a la explotación sexual o la prostitución; sin embargo, en ambos casos usan su cuerpo como si fuera una herramienta de trabajo que se puede desligar de sus deseos e integridad, un medio más para conseguir dinero.
El turismo sexual siempre ha sido una problemática común en ciudades como Medellín o Cartagena, pero últimamente se ha relacionado este problema con la gentrificación de estos lugares. En la capital creíamos falsamente que esta era una práctica de los años 90, de un pasado narco de nuestro país, pero nos tomó por sorpresa descubrir que sigue estando vigente y que las personas de las ciudades lo han normalizado. Por ejemplo, es común que en las universidades se compartan entre estudiantes los catálogos y los os de las jóvenes, pero también que muchas de ellas pidan cirugías estéticas para poder acceder a este –mal llamado– trabajo.
Durante los meses de junio y julio de este año fue tendencia en redes el exponer extranjeros que eran encontrados en 'apps' de citas, como si fuera un trámite cualquiera, buscando jóvenes a las cuales pagar por servicios sexuales. El sistema en el que vivimos promueve que se pueda comprar a otras personas y usar sus cuerpos para suplir la satisfacción sexual. Vende a los otros como objetos y se les desconoce como personas. Parte importante de las relaciones reside en conocer los límites de la pareja, pero ¿existen estos límites, el poder decir “no quiero”, en una situación de sumisión por el dinero?
El sistema en el que vivimos promueve que se pueda comprar a otras personas y usar sus cuerpos para suplir la satisfacción sexual. Vende a los otros como objetos y se les desconoce como personas.
No deseo invitar a una reflexión maniquea sobre estos negocios, pero sí quiero cuestionar que cada vez sea más popular y aceptado pensar que cada quien es libre de hacer con su cuerpo y su vida lo que mejor le parezca para sobrevivir al capitalismo. Considero oportuno que reflexionemos sobre las implicaciones que tiene la banalización de la explotación sexual en nuestro trato con los otros, preguntarnos si el consentimiento realmente se puede vender y si la explotación sexual es realmente libre cuando la otra opción, para muchos jóvenes, es morir de hambre.
En últimas, una invitación para ser conscientes de que cuando afirmamos jocosamente que abrir un OnlyFans sería una buena idea para cumplir los sueños caemos en esa banalización. ¿Dónde queda el respeto por nuestra integridad, por nuestro cuerpo y por el de los otros? Y, más importante, ¿cuál va a ser la postura que asuma el nuevo Ministerio de la Igualdad frente al “trabajo sexual” y estas páginas de exposición corporal que cautiva a muchos jóvenes por el dinero “fácil” y que representa un reflejo más de la falta de oportunidades que ofrece el país para nosotros?
ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR