Es el bello título del segundo libro de cuentos de Juan Fernando Merino y aparece veinticinco años después de su primer libro de cuentos, Las visitas ajenas; en ese largo periplo ejerció con espíritu titánico la traducción, un arte difícil que lo ha nutrido, especialmente sus versiones al español de Mark Twain, Melville y Daniel Defoe, para la editorial Anaya, y publicó la novela El intendente de Aldaz.
El cuentista y poeta Elkin Restrepo señala que su escritura “toma forma sin dificultades, nada ampulosa, que atiende con precisión, fluidez y naturalidad a los presupuestos del relato contemporáneo, sobre todo el norteamericano”, que Merino, de origen caleño, rastreó de cerca, pues vivió 10 años en la Gran Manzana, inmerso en un polo cultural de alta intensidad. Restrepo dice algo sabio: “Sus personajes, aunque se parecen a nosotros, son sus oficios y acciones”.
En este sentido, Mar de las olas es un cruel y conmovedor retrato de unos músicos emigrantes, un africano, un colombiano y un acordeonero de la antigua Yugoslavia, el ‘Trío de la lata’, que juegan su vida en Nueva York y tienen su máximo voltaje artístico en un concierto en el subway que se varó entre dos estaciones. En Bahía del medio, un grupo de mendigos de Broo-klyn, soñadores y derrotados, buscan en la isla Elizabeth Segunda otra oportunidad, donde el autor demuestra su conocimiento de la psicología marginal. En Bahía de la aspereza, un extranjero atacado por la malaria en la bahía de Dar es Salam recibe una azarosa visita que podría cambiar su destino. Mar de las nubes es un cuento magistral: un funebrero que echa las cenizas al viento ingresa en un peligroso laberinto mental, en el cual la ficción y la realidad avisan una fatalidad.
Los mares de la luna, conformado por 12 cuentos, es el reflejo de Merino y su literatura: austera, distante, sigilosa; sus viajes por el mundo y sus lecturas hacen de él un escritor cosmopolita. Conocedor de los efímeros percances de la vida y de que los finales son un eslabón más del misterio de cualquier relato o existencia, prima el recorrido para llegar a ninguna parte o a un punto muerto; por eso, sus desenlaces son abiertos como un abanico en movimiento que el lector debe completar o imaginar. Ese detalle ahonda su propuesta, no es una simpleza, es inherente a las ramificaciones múltiples de la gran literatura.
Alfonso Carvajal