Desde las primeras líneas sabemos que el médico Horacio Maldonado Hadad fue asesinado. Que en su momento se hicieron conjeturas, mordaces suspicacias, que hubo hasta un par de detenciones, pero por esas cosas del destino nacional todo quedó en la impunidad. El ‘docto’ Rodolfo, colega y amigo de la infancia, años después comienza a escribir una novela, la que leemos, donde funge de detective y escritor amateur.
Con un oficio a prueba de balas y la solemnidad de un cirujano de la palabra, Pedro Badrán, en Crímenes de provincia, arma con magnificencia el rompecabezas que pareciera ir a ninguna parte y a todas. En ese ir y venir se configuran personajes y hechos que ocurrieron en Puerto E, muy cerca de los Montes de María, una región en la cual las fuerzas ilegales y legales en una danza macabra han gobernado a su merced, y los cementerios guardan secretos que posiblemente jamás se resolverán. Una particular novela negra o policiaca, pues la investigación es también un ejercicio del lenguaje y la memoria.
Horacio es el hijo de un senador, de alianzas non sanctas e inmenso poder, que luego se casa con la viuda de su hijo, para asegurar el ‘porvenir’ de la prole; además, en vida, Horacio tiene una hija con Magdalena Berrocal, una joven campesina, y auxilia con el juramento socrático a civiles y guerrilleros, que puede ser una maldición para cualquier mortal en zonas disgregadas por la violencia.
Uno de los personajes entrevistados para esclarecer el crimen dice que en Colombia “existe una costumbre centenaria: cubrir los crímenes políticos con el manto pasional”.
Los diálogos son certeros, asépticos y, a la vez, profundos en la pesquisa sin fin. Como si al occiso lo hubieran matado esas fuerzas oscuras que se mueven tras bambalinas, personajes que no saben nada o todo, o callan porque en el fondo son crímenes allanados en el silencio de una fosa colectiva.
Pero más allá, el gran acierto de la novela es que el ‘docto’ Rodolfo, sin saberlo, emprende un viaje en un “río, eterno e inmutable”, para encontrarse a sí mismo. En sus regateos, en una prosa exquisita y vibrante, devela misterios que la existencia esconde en su superficie y que la literatura hurga y expulsa a la vista. Y cada lector hallará por sí mismo su propia razón, pues el destino de todo ser humano “es arrastrar una sombra infame con la que debe aprender a vivir”.
ALFONSO CARVAJAL