Más allá de un performance, más allá de un monólogo, la actuación de ‘Coco’ Badillo en Olvidos, simulacros y basuras es la suma integral de un artista. En este caso de un actor, sus vivencias, sus ensayos, sus cientos de presentaciones, sus variadas máscaras, porque es él y encarna en otros.
En el patio colonial del Teatro Candelaria, Badillo realizó una entrañable bienvenida a sus compañeros idos, a su maestro Santiago García, a sus colegas de tablas Fernando Peñuela, a Pacho Martínez y a ‘Piyó’ Mendoza, que iba sagradamente de la casa al teatro y viceversa. Una manera de expresar que siguen vivos en el imaginario artístico y sentimental de La Candelaria. Coco, que funge aquí de dramaturgo, exhibe con rigor y pasión su oficio artístico. Cuarenta y dos años en el grupo, ejercidos con resistencia y creatividad, elucubran su evolución individual y comunitaria, porque La Candelaria ha sido un laboratorio vital en el teatro colombiano: mutante, en búsqueda, dialéctico, en el ancho sentido del término. Guadalupe, El paso, El Quijote, Maravilla Star, El diálogo del rebusque hacen parte de este fantástico y complejo itinerario.
Luego de esta introducción, entramos al escenario, se encienden las luces y la vida y la ficción se explayan libremente. Coco es Coco, tiene más de cien años, está solo en el teatro, todos se han ido, únicamente vagan los fantasmas del inconsciente, y nos da una lección de imaginación, de la metamorfosis de la actuación, es el desasosiego y la esperanza, ha perdido la memoria, la recupera, el tiempo no existe, solo el presente fluye. La soledad, la locura están representadas en él. Afuera en un cielo encapotado los drones del progreso amenazan con destrozar el barrio colonial, chupan la memoria; vuelve a despertar o sigue en el sueño de la realidad. Una premisa de su experiencia vuela por los aires: “El teatro es un asunto metafísico contra la barbarie”, recordando a García, ese otro Quijote al que al final se lo llevó la tormenta del olvido. “El teatro es una artesanía del espíritu”, un agujero negro. Aquí lo autobiográfico es una arista más de subvertir en arte los sueños y confrontarlos con los espectadores. Suena el Réquiem de Mozart y el triple concierto de Beethoven: un caos armónico ha fundado nuevamente la existencia. El arte es un trasegar más allá de la aparente realidad, un feroz respiro, un suplicio feliz.
ALFONSO CARVAJAL