Sin duda, el fenómeno político internacional más destacado de las últimas décadas es el ascenso de China a primera potencia comercial del mundo, su auge en diversos aspectos de la geopolítica y el impacto de su influencia en los cinco continentes. En medio de la pandemia, todo esto ha venido acompañado del incremento de una rivalidad con Estados Unidos, que ya venía de lejos: se habla insistentemente de la reedición de una ‘guerra fría’ como la que enfrentó a rusos y estadounidenses en los años 50 del siglo pasado, con imprevisibles riesgos.
A diferencia de la URSS o de Estados Unidos, China trabaja calladamente en su poderío económico transnacional sin tratar de implantar, ni siquiera influir, en su modelo: una dictadura que muchos esperaban se liberalizara, paralelamente a la apertura económica. Ha sucedido todo lo contrario, con Xi Jinping, China ha reforzado la combinación de esa apertura al comercio con un control férreo de los asuntos internos. Después de la salida de la pobreza de 800 millones de chinos, Xi ha situado a su inmenso país a la cabeza de las tecnologías de inteligencia artificial y lo ha convertido en una superpotencia económica capaz de desafiar la hegemonía de Estados Unidos, del que posee un tercio de su deuda, 1.130 billones de dólares. De vez en cuando China, tan importante banquero del sistema estadounidense, amenaza con vender una parte de la deuda, lo que haría subir sus tasas de interés y dificultaría el crecimiento económico de EE. UU. La revista ‘The Atlantic’ destaca que si en la Guerra Fría las dos superpotencias, soviéticos y estadounidenses, esgrimían la “destrucción mutua asegurada”, por su fuerza nuclear, hoy Estados Unidos y China podrían hablar de “destrucción económica mutua asegurada”.
Durante la actual pandemia, la dictadura China ha incrementado su ofensiva diplomática ofreciendo ayuda a los países más afectados, entregando material médico, vendiéndose como un modelo en la gestión de la crisis e influyendo en instancias internacionales. Al tiempo, su influencia económica en todo el mundo no se detiene. En África posee el 20 % de la deuda externa del continente. En el ámbito latinoamericano, China protagoniza infraestructuras, posee fuertes vínculos con México, Venezuela o Bolivia y es el mayor socio comercial de Argentina y Chile. Un tercio de la deuda de Ecuador está en manos de bancos chinos, y se habla de la posibilidad de que el Gobierno ecuatoriano venda a China una parte de su región amazónica.
¿Hasta qué punto Estados Unidos soportará la hegemonía global a la que apunta el régimen chino? El secretario de Estado Mike Pompeo ha declarado que el Partido Comunista Chino es la principal amenaza para la seguridad de EE. UU., por delante del terrorismo internacional, considerando que el Indo-Pacífico es el teatro de mayor prioridad militar para su país. Por su parte, hace unos días Xi Jinping, ante la Comisión Militar Central (el ‘Pentágono’ chino), habló de prepararse “ante el peor de los escenarios” e intensificar la preparación para una guerra abierta.
La guerra podría, pues, dejar de ser ‘fría’ en cualquier momento. El analista del ‘Financial Times’ Gideon Rachman señala que, “disipada toda esperanza de un G2 formado por las dos superpotencias, China y Estados Unidos llegarán a un enfrentamiento armado antes de que termine el siglo”. Sería la peor noticia para la humanidad.
P. S. Despresurizando en tiempo de pandemia. En cierta ocasión Jorge Luis Borges le contó a Bioy Casares esta fábula: el rey David llamó a un joyero y le pidió que le hiciera un anillo que le recordara que en momentos de júbilo no debía ensoberbecerse y en momentos de tristeza no debía abatirse; abrumado por la responsabilidad, el joyero no supo cómo afrontar el difícil encargo, hasta que un joven al que confió sus cuitas (y que resultó ser Salomón) le dio la clave: Fabrica un anillo de oro con la inscripción: ‘Esto también pasará’.
(Debo la evocación al crítico R. Rivero).
ANTONIO ALBIÑANA