En la columna anterior me hacía eco brevemente de la alarma universal que despertó a mediados del mes pasado la decisión por parte de Rusia de suspender el acuerdo sobre la exportación de granos a través del mar Negro, que había sido firmado bajo el amparo de la ONU y Turquía. Putin puso como condición para reanudar el aprovisionamiento de recursos alimentarios a escala mundial que Occidente suspendiera las sanciones sobre su economía, impuestas tras la invasión de Ucrania, particularmente anular su exclusión del sistema financiero mundial: un verdadero chantaje. Disparaba las alarmas iniciales el propio Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres: “Centenares de millones de personas van a pagar el precio de esta decisión de Putin”.
En los últimos días el campo ucraniano, a cargo de gran parte del suministro de cereales en Europa y a las economías del Sur que dependen de esa materia prima, se encuentra literalmente contra las cuerdas, acumulándose las existencias en sus silos, mientras Moscú bombardea el paso por el mar Negro y los precios del transporte por tierra, cuando estos son viables, se multiplican. Tanto la Unión Europea como la propia ONU están alertando sobre una “gran crisis alimentaria global” que, según Josep Borrell, el responsable de la política exterior europea, “está poniendo en riesgo a cientos de millones de víctimas vulnerables”.
El bloqueo de las exportaciones ucranianas pondrá en peligro el Programa Mundial de Alimentos, del que depende buena parte de la alimentación de varios países.
En el momento en que Rusia invadió a Ucrania, el mundo se enfrentó al problema de la seguridad alimentaria, ya que Ucrania es el granero de Europa y de una buena parte del mundo. Ahora Moscú ha roto el acuerdo que permitía el suministro internacional, mientras ataca importantes infraestructuras agrícolas ucranianas. Para África, Putin anunció en reciente cumbre “concesiones” como el envío gratuito de unas docenas de toneladas de grano, lo que, según la Unión Europea, “es una política de utilización de la comida para crear nuevas dependencias y exacerbar la vulnerabilidad económica y la inseguridad alimentaria global”. Por su parte, los países árabes condenan explícitamente a Rusia como responsable de la crisis alimentaria que se cierne, por ejemplo, sobre Egipto.
Lo que está claro es que Putin está utilizando el hambre como un arma en su intento de globalizar la guerra contra Ucrania. Exponiendo al mundo, especialmente a los países más pobres, a una crisis alimentaria de grandes proporciones. De momento, el bloqueo de las exportaciones ucranianas pondrá en peligro el Programa Mundial de Alimentos, del que depende buena parte de la alimentación de países como Yibuti, Etiopía, Kenia, Somalia, Sudán o Yemen. En 2022 Ucrania suministró el 80 % del trigo distribuido por el programa de la ONU: sin ese grano, existe un riesgo de hambruna para 220 millones de personas.
P. S. Migraciones. Para algunos importantes analistas internacionales, el mundo se encamina a un siglo de migraciones climáticas. En los próximos decenios cada vez más personas van a huir de regiones tropicales convertidas en inhabitables por el cambio climático. Poblaciones masivas deberán migrar a través de continentes enteros para huir de olas de calor mortales o cosechas calamitosas. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), serán mil millones los emigrantes climáticos en los próximos 30 años; 1.400 millones en el horizonte de 2060. Se echa en falta, según los expertos del semanario británico The Observer, un organismo internacional que a escala del globo supervise la circulación de personas. La OIM es una organización “afiliada” a Naciones Unidas, no responde ante su Asamblea General y no está capacitada para definir objetivos comunes ante las migraciones. Mientras tanto, temiendo que su marco de vida se degrade, los países ricos invierten en la militarización de sus fronteras creando así un “muro climático”, mientras la urgencia planetaria, señala el citado The Observer, reclama un pacto internacional sobre las migraciones climáticas que llegan.
ANTONIO ALBIÑANA