La primera vez que me nombraron Barrio Abajo pensé que era una novela y la relacioné con el nobel Faulkner, El ruido y la furia. Luego de que mis colegas de ETH de Zúrich y Uninorte me llevaron a mi primer paseo para incluirla en el proyecto de latinidades (Flacso Argentina y Unal, Colombia), tomando una cerveza en el río Magdalena, se me reveló otro parangón, El viejo y el mar, de Hemingway, pegado al filme de John Sturges. Dos años después, ya con todos los estudios hechos, pienso lo mismo: Barrio Abajo de Barranquilla tiene nombre de película.
Los habitantes de Barrio Abajo viven satisfechos con su entorno, a pesar de que son cada día más visitados. Desean que no sea un pueblo turístico, como pasó con Getsemaní en Cartagena, y más bien anhelan que se les fortalezca como patrimonio caribe, soportados en su belleza y su tradición; más del 70 % de su población nació ahí mismo; el 90 % vive en familia y disfrutan no tener que salir al centro, en su mayoría solo van una vez al mes.
Al indagar sobre sus personajes se van revelando sus afectos: los cuatro primeros elegidos son: la Marimonda, el Monocuco, Joselito Carnaval y las Ruedas de Cumbia. Los sitios marcados como representantes de su arquitectura, la Casa del Carnaval, el Museo del Carnaval y el Museo Caribe, van a lo mismo: recrear su tradición basada en su cultura, la fiesta, la música, el río y sus esquinas que son sus sitios de encuentro –y no en un centro comercial o una iglesia– o en la sombra de un mango o una tienda.
Su música no es la del Caribe inmediato, el vallenato, pues aman la cumbia y la salsa. La salsa es su descarga nocturna, pero el carnaval en su música y sus mascaradas constituye el epicentro público: la mayoría de sus pobladores se vincula con sus vecinos por el carnaval, junto con el de Río de Janeiro el más importante de América.
Visitar el Museo del Carnaval es revelador. En vitrinas se conservan los costosos e imperiales trajes de las reinas desde sus inicios y hasta uno puede confundirse, ver figuras de la nobleza antes que de belleza. Perfecto equilibrio de la reina, el diseñador y el origen social de sus majestades. Se ven vestuarios inspirados en vitrinas de Nueva York o en la realeza europea o princesas árabes. Pero en las calles el pueblo se enmascara, danzan torbellinos, se abrazan y gozan todo “lo que el cuerpo dé”. El carnaval es el alma de Barrio Abajo, un objeto mítico por el que la población no se pelea, más bien donde todos se reconectan y reconocen.
ARMANDO SILVA