Asistí al último soplo, así parecía al ver su fragilidad, para derrumbar el monumento Héroes en Bogotá... y se fue al piso ante algunos ciudadanos que nos agolpamos a su alrededor, quizá para despedirlo y darle gracias. Ahí mismo se me vino a la cabeza la vieja ruta de buses Sidauto, con su letrero popular y colorido, ‘San Diego-Héroes’: partía del Centro Internacional, frente a la bella iglesia con ese nombre, y llegaba a Héroes, para regresarse al centro. La semana del 27 al 30 de septiembre de 2021 será recordada como una temida acción violenta institucional contra un sitio urbano derribado con furia.
En mi libro Bogotá imaginada (Taurus, 2004), este sitio, precisamente, era reconocido como el lugar donde nacía la Bogotá moderna, la de los puentes, la que se abría al norte y nos llevaba a la costa Atlántica y llegaba hasta Venezuela (‘directo Caracas...’), sacándonos de nuestras montañas. Héroes es descrito por los bogotanos como el primer sitio de belleza masculina, de la mano del italiano Enrico, de los autocines con palomitas llevados al carro, del barrio Country, desde donde se caminaba hasta la 85 al Crem Helado, ‘¡chichito!’, Así que Héroes era paradero de bus, lugar de citas, de mercados; auténtico mojón urbano de un límite: hasta acá se llega y acá comienza.
Esa fecunda historia de Bogotá norte, con este monumento, requería otro tratamiento, no que no se tumbase, pues así estaba previsto desde la anterior istración para el regreso de la primera línea del metro. Pero si esta istración fuese más sensible frente a los íconos urbanos, habría procedido de manera más respetuosa y delicada, tal vez apoyándose con artistas públicos para producir un acontecimiento por varios días previos y hacerle el duelo urbano mientras nos llenaban de nuevos símbolos con sus intervenciones.
Lectores han hecho analogía con mi pasada columna, en la que trato la París de la pospandemia, recibida con obra de artistas que cubrieron su puente emblema por unos días y los ciudadanos se volcaron en masa a ver la ciudad tapada y redescubrí su belleza y encanto. Acá, en la ya de por sí violenta Bogotá, nos reciben del encierro a mazo limpio.
Mientras caían sus últimos ladrillos apenas quedaba la palabra cortada... “Boli...”, y ya en el suelo este trozo final se armó un polvero que nos envolvió a los pocos asistentes, con su mugre de residuo y basura indeseable. Apenas recogí y guardé un pedazo de piedra que rodó por mis pies.
ARMANDO SILVA