Apenas iniciándose la pandemia fui invitado a Brasilia a presentar mi novela La bella durmiente 2,0. La crítica Daniela Garrosini la introdujo como una princesa moderna nacida de un acto terrorista en Bogotá, cuando se explotó un club privado y de ella inconsciente se enamoró un transeúnte que usó el celular de la moribunda para salvarla. Al darme la palabra empecé a mostrar algunas imágenes con las que un colectivo de arte, “la bella”, la había recreado, pero pronto saltaron del auditorio dos colegas, tensas y ahogadas en sus palabras, acusándome de racista. Mi princesa era blanca y no negra. Manifesté basarme en una obra clásica que respeté y aun así había sido personificada en fotografía por el maestro Giangandi como princesa negra. No valió ningún argumento. Tuve que retirarme del auditorio, pues la indignación frente a mi princesa blanca se hacía contagiosa.
Los anhelos por un lenguaje neutro que saque al invasor masculino van en aumento, en especial desde grupos llamados progresistas que lo usan como objeto por manipular y exhibir en demostración de la igualdad de género y racial. Las presiones para que usemos no solo el femenino y masculino sino un tercero bajo la e son fuertes: al saludar a una audiencia habrá que decir: “todos, todas y todes”, y si es por escrito, @. Varios promotores del socialismo del siglo XXI lo cultivan e imponen desde Chávez. Maduro se hizo famoso con mis “soldados y soldadas de la patria” o la vicepresidenta Francia con “las nadias”, cuando “nadie” ya es de por sí un pronombre neutro terminado en e. Estudios argentinos, sin embargo, han aislado cuatro palabras que bien pueden sobrevivir sin ofender la lengua: “todes, amigues, elles y chiques”. Años atrás el profesor Rossi-Landi –lo conocí en mis estudios de semiótica en Italia– había aportado seriamente a la relación entre marxismo y lingüística al evidenciar que las palabras, como el dinero, generaban inflación y perdían valor comunicativo que debe irse recuperando.
Pero primero que todo se debe reconocer que estamos ante el más rico patrimonio creado por el ser humano, el lenguaje, y ello amerita el cuidado y cultivo de sus hablantes. En realidad nuestra habla, sin forzarla, ite permanentes actualizaciones como lengua viva, pero no traiciones impulsadas por un interés grupal que la maltrata para sacarle provecho en otras causas. La ideologización del lenguaje no binario conduce a un escenario chocante de ignorancias y fanatismos.
ARMANDO SILVA