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Las bases del odio

El fenómeno de destruir por la muerte y no por las ideas está en el sustrato de nuestra historia.

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La matanza soterrada, sistemática, de los líderes sociales, no reconocida claramente por el Gobierno, es la nueva expresión de la violencia colombiana que amenaza el presente y el futuro de nuestro país. Desde enero de 2016 hasta mayo de 2019, se calculaba que habían sido asesinados 702 líderes sociales y 135 excombatientes de las Farc. En los primeros diez meses de este gobierno indolente fueron asesinados 236 líderes. Ante esta suerte de masacre calculada, la preocupación de las autoridades ha sido más el tratar de ocultarla o suavizarla, a través de declaraciones ambiguas y esfuerzos diplomáticos. El país debe recordar el brutal asesinato de tantos líderes de la UP como una ciega estrategia de la derecha colombiana para impedir la posibilidad de que existiera un grupo de izquierda democrático con esas características. Sin embargo, así sea un tópico, hay que decir que se puede matar a las personas, pero no se pueden matar las ideas.
El fenómeno de destruir por la muerte y no por las ideas está en el sustrato de nuestra historia. El odio es un sentimiento importante, y muchas veces determinante, de nuestras relaciones sociales, que distorsiona nuestra manera de entender la realidad y orienta nuestro comportamiento. Ese cristal de odio con que miramos lo que nos rodea tiene fundamentos.
La historia de violencia, el enfrentamiento fratricida de los colombianos, se remonta hasta el siglo XIX. Es una historia de no acabar. Pasado y presente pesan. Muchas familias cuentan las tragedias familiares de la época de la violencia en Colombia, de la época de la confrontación guerrillera, de la acción criminal del narcotráfico, de los repulsivos actos paramilitares, de la acción desviada de algunos del Ejército y la Policía, como los ‘falsos positivos’.
Es un sentimiento importante, y muchas veces determinante, de nuestras relaciones sociales, que distorsiona nuestra manera de entender la realidad y
orienta nuestro comportamiento
Es así como se entremezclan los factores, y la violencia social se reproduce en las familias; Medicina Legal reporta 78.314 casos de violencia dentro de las familias y en la pareja, y 26.065 casos de delitos sexuales. La inmensa mayoría de esos delitos, contra las mujeres. Por supuesto, el subregistro es inmenso.
Nuestra manera de educar está basada en el castigo, más que en la educación. Las normas no se interiorizan. Se cree en la violencia como correctivo. En las calles venden rejos con los cuales castigar a los niños. El bien o el mal no está incorporado en la conciencia. Se cumplen las normas por miedo a que se nos sorprenda en el delito, no porque creamos en ellas. Lo malo no es cometer el delito, sino que lo cojan.
Por supuesto, esta forma de regular la sociedad es inadecuada. Las instituciones están permeadas por la ineficiencia y la corrupción generalizada. No llegan al culpable. La impunidad es aterradora. Las noticias sobre la justicia alimentan diariamente su descrédito. Los políticos, por su forma de hacer política, han llegado al descrédito casi total. En nada ayuda Macías, presidente del Senado, ufanándose de su jugarreta antidemocrática contra la oposición.
La desigualdad, de las más extremas de la región, favorece el sentimiento de que unos pocos obtienen casi todos los beneficios. Las normas o su práctica no favorecen la igualdad de oportunidades. La derecha cree en la fuerza por encima de la razón. Propone la cadena perpetua, como si el violador calculara los años de cárcel. Castigo sobre prevención.
La sombra oscura de la derecha se apoya en esas condiciones sociales para crear y poner en funcionamiento su maquinaria de muerte. Castiga las ideas. La derecha se protege con este caos social, al cual ha colaborado para su creación. Porque caos, desigualdad, injusticia, poder ciego, castigo, impunidad le sirven sobremanera.

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