La segunda vuelta de las presidenciales ha generado un espejismo. Ninguno de los dos sabe de dónde vienen sus votos, cuántos son propios o cedidos y si en elecciones futuras mantendrá estas fidelidades pasajeras. Hoy se supone que gran parte de los electores de Duque lo hacían en favor de Uribe; porque temían u odiaban a Petro; porque pensaban que protegían su capital y riqueza; algunos, para proteger los capitales que no tienen, es decir, por una falsa conciencia política.
Petro tampoco recibió los votos de entre sus propios seguidores o correligionarios. Algunos votaron por miedo a Duque, más específicamente a Uribe y la oscura gavilla que lo rodea: José Obdulio, Lafaurie, Londoño, Ordóñez y los añadidos, el enterrador del Partido Liberal, César Gaviria, o el anodino Pastrana; también votaron por Petro, aun sin mucho creer en él, intelectuales de izquierda o simplemente demócratas; votaron los que, batidos en la primera vuelta, no podían aceptar el regreso a los tiempos de los ‘falsos positivos’, de las chuzadas, de los insultos y las persecuciones; otros votaron por crecer y consolidar nuestra paz precaria; mucho del voto de Petro fue como ha ocurrido en el pasado: votar por uno para que no salga el otro.
En estos días, como es de esperarse, todas las miradas están puestas en el presidente electo. Es normal, es el momento de cobrar los aportes a la campaña, de buscar sus favores, de invitarlo a todas partes y de tratar de demostrar que no eran sus enemigos, que, por el contrario, siempre estuvieron con él. Y, en lo que a los medios respecta, es el momento de hacer cábalas sobre el rumbo de su gobierno, de la seriedad de sus promesas y de la conformación de su gabinete, así como hacerle amables entrevistas.
Es bueno para la democracia que exista un grupo con este respaldo electoral, que pueda ejercer un control político del Gobierno y una participación en la aprobación de leyes.
Por el contrario, a mí me interesa saber qué puede pasar con Petro en ese espejismo en el que se ha erigido como gran contradictor. Llegará al Senado con la fuerza de representar a ocho millones de colombianos, para establecerse como líder de la oposición. Es bueno para la democracia que exista un grupo con este respaldo electoral, que pueda ejercer un control político del Gobierno y una participación en la aprobación de leyes.
Sin embargo, esas funciones no le serán fáciles, puesto que su caudal electoral a la presidencia no es proporcional a lo que obtuvo para la Cámara y el Senado. El ciudadano Petro va a depender de todo tipo de alianzas, lo cual puede ser la oportunidad para desarrollar una fuerza de izquierda democrática y participativa. Ese es el gran desafío de Petro. La acción en el Legislativo y lo que él y sus seguidores han llamado “acción en las calles” no son suficientes.
Petro debería ser capaz de conciliar diferencias entre los grupos que lo apoyaron, mostrar y acordar objetivos y programas, desarrollar una organización que los incluya a todos. Debería poder lograr un acuerdo de izquierdas democráticas y de progresistas. Una coalición o cualquier forma política de organización acordada entre todos. Para ello debe superar sus propias limitaciones ideológicas y sus rasgos de personalidad autoritaria y egocéntrica. Los grupos que acaban de votar por él deberían también abandonar los rasgos fundamentalistas, personalistas y dogmáticos para pensar en la necesidad de resolver los problemas colombianos más allá de su propio ombligo.
En Colombia nadie ha logrado unir a la izquierda de forma real y más allá de las coyunturas. Petro tiene que conciliar y unir, más que imponer. Es posible que esa tarea sea el camino para llegar a una Colombia que logre consolidar la paz, igualdad, desarrollo sostenible y respetar los derechos humanos. Solo así terminará la vieja clase política.
CARLOS CASTILLO CARDONA