La tiranía del cuerpo perfecto nos ha llevado a seguir estándares que son casi imposibles y que, de ser posibles, son poco saludables. Al mismo tiempo, el culto al “cuerpo sano” nos ha llevado a seguir prohibiciones y culpas alimenticias. Hoy, muchos ven la alimentación como una lista de límites, en lugar de una forma de nutrir el cuerpo y disfrutar la vida. Comer carbohidratos se ha convertido en un pecado, y alimentos como el pan, el arroz y los dulces son vistos como enemigos. Sin embargo, eliminar grupos enteros de alimentos sin una razón médica es algo que pocos cuestionamos, aunque puede traer consecuencias negativas para nuestra salud física y mental.
La ciencia dice algo muy diferente de lo que el discurso fitness promueve. Los carbohidratos, por ejemplo, son la principal fuente de energía del cuerpo y son necesarios para el funcionamiento del cerebro y el sistema nervioso central. Demonizar alimentos como los carbohidratos no solo nos quita el placer de comer, sino que induce a una relación disfuncional con la comida que puede causar trastornos alimenticios. Los atracones compulsivos, por ejemplo, son una respuesta del cuerpo que, agotado por la restricción y el hambre, recurre a un consumo excesivo de comida como un mecanismo de supervivencia.
Si bien cuidarse es importante, la vida no debería convertirse en una constante batalla contra el propio cuerpo.
Ese mismo discurso está, en muchas ocasiones, cargado de culpa y castigo. Comer un pastel o un plato de pasta nos lleva a pensar que hemos “fallado” y que debemos compensarlo de alguna forma, como con el ayuno o una sesión de ejercicio agotadora. Es un ciclo de castigo que, lejos de ser saludable, encadena a las personas en una espiral de autocontrol dañino, y esa espiral está promovida por generaciones. Somos más de una las mujeres que, en una reunión familiar, debemos guardar silencio frente a comentarios como “Oye, estás como más rellenita” o “Deberías cuidarte más, antes estabas más linda”. El verdadero bienestar no puede existir en un estado de constante autocastigo, sino en una relación equilibrada con la comida y el cuerpo.
Si bien cuidarse es importante, la vida no debería convertirse en una constante batalla contra el propio cuerpo. Comer es un placer, y la verdadera salud debe ser algo alcanzable y disfrutado, no una carga. Antes de seguir estos ideales, es fundamental cuestionar qué tanto estamos promoviendo una cultura de odio hacia nuestro cuerpo y a la comida, una cultura que en lugar de brindarnos bienestar, solo perpetúa ansiedades y obsesiones insostenibles. Si bien no podemos controlar los comentarios que nos rodean, sí podemos cuestionarnos qué tanto de lo que pensamos es verdadero, y qué tanto nos aporta el castigo, la autoexigencia y el control extremista sobre el cuerpo y la comida. Mi sugerencia es que disfrutemos la comida, nada es tan grave.