El mundo es un museo de atrocidades donde la mayoría somos espectadores impasibles. La prensa es un espacio donde me entero de que entre 2021 y 2023 se calculan en 600.000 los muertos por causa de la guerra. Y entonces hay que preguntar de cuál, pues nunca hay una sola. Cualquiera que lee las noticias tiene en la cabeza un par, pero son muchas más cuando se incluyen los conflictos descritos como de “baja intensidad”.
Leo también que hoy por hoy tenemos las cifras más altas de víctimas con participación estatal involucrada desde 1946. En esa cruenta estadística se agregan los caídos en Gaza y Ucrania, además de los que muchos ignoramos: Sudán, Somalia, Mozambique o Birmania. Ahora es necesario agregar las del Líbano, en este nuevo desorden mundial donde aumenta la probabilidad de una guerra abierta entre Irán e Israel, el gran aliado de Estados Unidos. Los demás observamos en vivo y en directo la transmisión de los ataques de uno y otro lado. Vamos a ese almuerzo de domingo donde nos preguntamos entre el asado y la cerveza qué será lo que va a pasar, a dónde va a parar el planeta, si se avecina la tercera guerra mundial. Pero, mientras tanto, la vida sigue, y apuramos un último sorbo antes de que anochezca.
No es ninguna exageración decir que hoy se cumple un año de espanto desatado por el horrendo ataque de Hamás contra miles de civiles desprevenidos en Israel. La desproporcionada respuesta de Netanyahu –a quien la crisis le permitió mantenerse en el cargo– se ha traducido en una escalada en la violencia que deja un saldo de más de 42.000 muertos en Gaza y Cisjordania, sobre todo mujeres y niños, fuera de una inmensa crisis humanitaria.
Vamos a ese almuerzo de domingo donde nos preguntamos entre el asado y la cerveza qué será lo que va a pasar, a dónde va a parar el planeta, si se avecina la tercera guerra mundial
Me tomo una taza de café y pienso que lo poco que sé de esa guerra al otro lado del mundo lo conozco por cuenta de los noticieros, la radio, la prensa, las redes sociales, los algoritmos que nos incitan a pensar de un modo o de otro sin que notemos que lo hacen. Y ante tanta desesperanza cabe preguntarse si Occidente ya no sabe lo que hace, si ha perdido la brújula, si por acción u omisión nos está llevando a la sin salida de una guerra más grande.
Entro a la página de ‘The New York Times’ y me encuentro con artículos que defienden las decisiones de Israel. Imagino una mayor polarización donde el mundo musulmán se radicaliza al sentirse estigmatizado. Cada vez más huérfanos, más viudas, más padres sin hijos poblarán las calles, arrastrando el dolor de sus parientes caídos. Y entonces muchos les darán la razón al decir que Occidente comete injusticias, que se ensaña contra personas inocentes, que personifica el mal.
Del otro lado, los medios en América y Europa se ensañan con el retrato críptico de pueblos distintos, a los que más de uno describe como una amenaza que busca destruir las libertades individuales, las creencias y costumbres de los occidentales. Y crece el desequilibrio, crece la visión extrema, lo mismo en la aldea que cada uno habita como en la lucha por la supremacía global. Así, unos y otros llegan a la demonización de su oponente, y nosotros, los demás, las mayorías, observamos aterrados, como el público ante una función de teatro en el clímax del conflicto.
Justo ayer volví a ver ese clásico del cine de 1964 con Peter Sellers llamado ‘Doctor Strangelove’, sobre la bomba nuclear en tiempos de la Guerra Fría. Entonces como ahora, los dueños de la violencia eran todos hombres con hambre de poder y locas ansias por detonar un gatillo. Nada más. La película está celebrando sesenta años y es totalmente vigente. Escribo hoy, al conmemorarse un triste aniversario, del que se han derivado incontables barbaries. En este punto de la trama, sabemos que las consecuencias del conflicto son imprevisibles, por lo que no es exagerado temer lo peor. El desenlace solo lo sabremos una vez caiga el telón. Para eso, habrá que ver qué nos espera en el acto final.
MELBA ESCOBAR
En X: @melbaes