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Mente, ciencia e inteligencia artificial

Pensar es mucho más que procesar datos y predecir resultados a partir de ellos.

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El acelerado desarrollo de la inteligencia artificial tiene maravillado al mundo. Programas como ChatGPT, de OpenAI, y Bard, de Google, son prodigios del aprendizaje automático, capaces de procesar enormes cantidades de datos y de generar respuestas estadísticamente cada vez más precisas. Además, a diferencia de tecnologías anteriores, dominan infinidad de temas en un sinnúmero de idiomas, y crean contenidos a partir del procesamiento de data.
Sin embargo, estos avances también comportan complejos retos. Por ello, en los últimos meses líderes del mundo –entre ellos el presidente Joe Biden, la cabeza de OpenAI, Sam Altman, y el Parlamento Europeo– han discutido sobre los dilemas éticos, políticos y sociales que enfrenta el mundo, debidos a los pasos agigantados de la inteligencia artificial. “Preocupa, por ejemplo, su invasión de la privacidad, por la enorme cantidad de información que pueden captar sobre la gente, y su impacto en la circulación de información y en las conversaciones públicas, pues se aumentará la capacidad para dar noticias falsas creando evidencias –imágenes, videos y audios– construidas a partir de estos sistemas”, explican los expertos en el tema María Isabel Mejía de Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF), y Armando Guío, del Berkman Klein Center de la Universidad de Harvard.
En medio de las reflexiones sobre qué medidas tomar frente a estas tecnologías y de las especulaciones sobre la inminencia del esperado momento en que superen a la mente humana, el célebre pensador norteamericano Noam Chomsky publicó una columna en el diario ‘The New York Times’ sobre por qué aún estamos lejos de ese mítico acontecimiento. Su hipótesis está centrada en su definición de pensar, una actividad para él ligada a ese deseo profundamente humano de buscar explicaciones y entender la realidad.
Las personas son capaces de describir y predecir un fenómeno, pero también de explicar por qué ocurrió y por qué no aconteció de otra manera. Eso es pensar. Citando al famoso filósofo de la ciencia Karl Popper, Chomsky destaca que los científicos no buscan teorías altamente probables, sino explicaciones; lo que les ha permitido desarrollar hipótesis correctas, por muy improbables que pareciesen antes de su comprobación.
Por supuesto, se han cometido errores. Pero estos hacen parte de lo que significa pensar y, según el físico teórico Carlo Rovelli, de la evolución misma de la ciencia: “Una nueva teoría científica nunca surge en el vacío, de la pura imaginación de un científico. Más bien, se trata siempre de una pequeña modificación de los conocimientos vigentes. El cerebro humano no crea ex nihilo; da un paso a la vez”, escribe en su libro El nacimiento del pensamiento científico.
Los programas como ChatGPT, en cambio, no van más allá de la descripción y predicción de fenómenos. “Se limitan a negociar con probabilidades que cambian con el tiempo. Por ello, sus predicciones siempre serán superficiales y dudosas”, dice Chomsky. Presentan aproximaciones estimadas de lo ocurrido, pero no buscan explicaciones ni principios como sí ocurre en las ciencias. Además, “son incapaces de distinguir lo posible de lo imposible”, añade. Mientras nuestros lenguajes tienen límites y reglas que determinan cómo los usamos y cómo pensamos, la inteligencia artificial no tiene problema aprendiendo idiomas humanamente posibles e imposibles. No está atada a explicaciones y conjeturas racionales, como sí lo está nuestra mente.
Tras explicar por qué esa particular forma de pensar de las personas dio origen a las ciencias y a idiomas con reglas determinadas, Chomsky pasa explicar por qué ella nos permite también pensar moralmente. Podemos limitar la creatividad de nuestra mente con un conjunto de principios éticos que dictan qué se debe hacer y qué no.
En cambio, los programas como ChatGPT son amorales. Sus creadores les restringieron la posibilidad de aportar a discusiones controversiales. Por ello respaldan decisiones éticas y antiéticas por igual y muestran falta de compromiso con cualquier decisión.
Lo más interesante de la columna es que, a medida que Chomsky da ejemplos de lo que entiende por pensar, el lector recuerda por qué sí podríamos hacer frente a los retos del presente y el futuro.
CRISTINA ESGUERRA

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