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Opinión

Cultura wayuu y tradiciones ancestrales

‘Los sueños viajan con el viento’ y otros espíritus guajiros.

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PERIODISTA CULTURAL Y CRÍTICO DE CINEActualizado:

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Un documental de arte ambientalista, onírico y a la vez etnográfico; también, ópera prima biográfica y vivencial de Inti Jacanamijoy -hijo de Carlos, el pintor-. En la Alta Guajira, no lejos de Maicao y Nazareth, transcurren los últimos años del abuelo materno Iguarán, quien sueña con morirse en la tierra donde nació y volver a ser enterrado algunos años después para liberar su espíritu -alma, en cristiano-.
(También le puede interesar: La perversión según el griego Lanthimos)
Cosmogonía wayuu y onirismo guajiro, hablada en español y wayuunaiki (año 2024). Película documental de arte experimental y natural; poema filosófico con imágenes visuales para ser contempladas. Especie de oasis verde, en pleno desierto, pequeño ecosistema de quebradas, bosques de niebla y tierras cultivables, en el hogar ancestral de clanes wayuu nómadas y campesinos de la serranía.
Documental etnográfico (y biográfico), una rememoración de los orígenes de una etnia indígena que mantiene sus tradiciones culturales y abre paso, entre sueños y vientos, a la ceremonia fúnebre del tránsito final de las almas libres.
Poema en imágenes, con un lenguaje antinarrativo, que rueda de lo real a los sueños del abuelo nonagenario en el desierto donde nació y fue arrancado del seno materno (la tierra) para emprender un viaje metafórico en el tiempo. Dos familias raizales, Iguarán y Mestre, en sus relaciones con mitos o creencias propias entre sueños recurrentes de vida, muerte y regreso a la atemporalidad -gente de arena, sol y viento-. Produce La Cueva y distribuye Jaguar Doc: Co (documentales colombianos).
La eterna noche de las doce lunas (Priscilla Padilla, 2013). En el calendario wayuu de las comunidades guajiras colombo-venezolanas, un año tiene 365 soles y 12 lunas. Con la primera menstruación, las niñas deben permanecer inmóviles y mudas en un chinchorro para después ser encerradas dentro del bohío recién construido y aislarse de sus respectivas rancherías por un año (12 lunas). Allí son atendidas por su madre y abuela, aprenden a tejer y poco a poco valoran la responsabilidad de ser mujeres en una cultura ancestral, que lucha por no extinguirse y conservar sus valores étnicos. Porque “nosotros los wayuu somos hijos de la lluvia que es lo masculino, y de la tierra que es lo femenino”.
De los territorios guajiros, marcados topográficamente por el desierto y sujetos al más estricto matriarcado, surgió la necesidad de retratar todo un sistema de reflexión donde “la mujer empieza a construirse y a pensarse como tal”. A partir de la historia de una niña indígena de Maicao (Filia Rosa), el espectador asiste al desfile de calurosas jornadas en el proceso de semejante aprendizaje, cuando Filia abandona la risa y los juegos infantiles para explorar una nueva condición femenina de respeto y dignidad. Ella misma servirá como ejemplo de actitud o perseverancia frente a sus compañeritas.
Pájaros de verano (Ciro Guerra y Cristina Guerrero, 2018). Drama familiar desatado en territorio ancestral guajiro por la bonanza marimbera durante los sangrientos años 70, en los comienzos de un peligroso negocio blanco que puso a prueba la integridad de sus y enfureció a sus ancestros. Apuesto mestizo regresa de la civilización al seno de su ranchería materna y compra con dineros mal habidos los derechos para esposar una virgen perteneciente a un clan en particular. De cómo el enriquecimiento ilícito violó principios tradicionales, que rigen las bases comunitarias del pueblo wayuu, para tropezarse con episodios violentos derivados de la ambición desmedida de unos pocos sin tener en cuenta las raíces mismas del núcleo étnico representado por la firmeza de una matrona dueña del destino de quienes le rodean.
Perfiles que simbolizan a un clan familiar de su sólida cultura: primero la abuela y la madre, los tíos y sobrinos maternos, más nietos de la misma línea. Representaciones respetuosas y rituales significativos como aquellos de las ‘segundas muertes’, o exhumaciones de tumbas profanadas con caletas de armas y dinero.
Muy a propósito de La Guajira, el rol desempeñado por algunos tíos maternos como depositarios de la educación de sus sobrinos y la compensación que reciben de estos últimos cuando se enferman o ingresan a la vejez. En el léxico wayuu, Lapü o los rituales colectivos del segundo entierro, equivale a exhumación o traspaso al osario.
El segundo entierro de Alejandrino (Raúl Soto Rodríguez, 2020). Desde Urrao, Antioquia, secuencias documentadas de la etnia emberá: travesía en mula por montes antioqueños para observar y grabar la exhumación de un chamán, con el macabro ritual del desentierro que culmina en un cementerio católico. Entre la neblina y el verde húmedo, un descenso de montaña por riscos y cañones para interpretar el sueño de la viuda de matices sobrenaturales y mitológicos (“Yo empecé a soñar que él iba a morir”) en alternancia con bailes, comida, chicha y escupitajos alrededor del cuerpo momificado; finalmente, el acompañamiento y la travesía de los dolientes hasta llegar a su definitiva morada.

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