Un país entra en recesión cuando durante dos trimestres consecutivos se registra una reducción de la actividad económica. Si se trasladara ese concepto a lo político, se concluiría que Colombia lleva más de una década en una profunda recesión democrática.
La polarización es, hasta un cierto punto, deseable en una sociedad. El unanimismo conduce al totalitarismo. El problema resulta cuando la polarización se instrumentaliza como factor de radicalización donde únicamente los extremos prosperan.
Estanislao Zuleta rindió un homenaje a Thomas Mann y a su obra La montaña mágica. Además de reivindicar el espíritu democrático de Mann –puesto en duda tras publicar las Consideraciones de un apolítico, que llevó a juzgarlo como un crítico de la democracia al igual que Nietzsche y Schopenhauer–, rescató un concepto fundamental para el filósofo colombiano: el de las falsas oposiciones y las diferencias efectivas.
Zuleta, reinterpretando a Mann, buscó demostrar cómo las oposiciones extremas, irracionales e irreconciliables, eran dos caras de la misma moneda. Por el contrario, en las diferencias efectivas, es decir, en la búsqueda de alternativas ante la aparente y ficticia contraposición de posturas polarizadas, descansan las acciones más profundas y revolucionarias.
Este concepto debe ser leído en concordancia con otro de los aportes de Estanislao Zuleta en su ensayo Las reglas de oro de la prosa dogmática. Se parte por entender el dogmatismo como una enfermedad. Quien lo profesa nunca estará en condiciones de reconocerlo; los dogmáticos se entienden a sí mismos como “defensores intransigentes de una verdad o de la pureza de alguna gloriosa tradición”. Asimismo, estos ven en las diferencias amenazas a su integridad y por eso proceden a la formulación de narrativas que reafirmen identidades colectivas, completamente sectarias y dependientes de una estructura jerárquica en cabeza un líder que ve en cada contradictor un enemigo.
La democracia está en recesión porque llevamos una década en la falsa creencia de que en Colombia hay solo dos alternativas. Dos relatos y dos posiciones mutuamente excluyentes.
La narrativa dogmática cuenta con cuatro reglas: la primera es la adopción de un lenguaje homogéneo “y rígidamente codificado”. No hay espacio para las interpretaciones. Más que palabras cargadas de contenido, son mantras. La segunda atiende al hecho de que ese mismo lenguaje lleva ínsito un calificativo que describe tanto a sus como, por oposición, a sus contradictores: cambio/retroceso, líder/déspota, bueno/malo. La tercera entiende que dicha narrativa es en esencia una reducción de conceptos dados por ciertos, incuestionables. Finalmente, el vértice de la estructura es el único intérprete de la narrativa dogmática.
Las falsas oposiciones y la narrativa dogmática siguen vigentes y describen el estancamiento político actual en Colombia. Parecen convertirse en la única consigna de los extremos que necesitan la polarización para anular al otro, y de paso, cualquier discusión en torno a las diferencias efectivas propias de una política sensata.
Su ciego e interesado reduccionismo inhabilita toda posibilidad para que emerjan visiones diferentes y posibilidades diversas respecto de las que canónicamente se alojan en los extremos dicotómicos de su esfera de poder. Ausente la más mínima apertura a la complejidad y diversidad de la realidad social y del pensamiento crítico, el prolongado reinado de los extremos le hurta a la democracia su capacidad para generar amistad ciudadana y cultivar las mejores soluciones.
La democracia está en recesión porque llevamos una década en la falsa creencia de que en Colombia hay solo dos alternativas. Dos relatos y dos posiciones mutuamente excluyentes y que de manera intencional previenen la expresión política de una mayoría que desesperadamente busca alternativas a la tóxica polarización a la que nos han condenado los más obtusos y sordos dogmatismos.