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La tragedia de las causas nobles

El arte de la política se ha degradado hasta el punto de convertirse en la burda capacidad extorsiva al gobierno de turno.

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(También le puede interesar: Corrupción)

Aparte contadas y muy valiosas excepciones, pululan funcionarios grises más preocupados por aceitar las empresas electorales que lideran, que por abanderar proyectos transformadores o cumplir el mandato de hacer un estricto ejercicio de control político. Más que el seno de la democracia deliberativa, los corrillos del congreso parecen una plaza de mercado donde todo se transa y cada cosa tiene su precio.

Como chepitos de baja talla moral, a través de inversiones del Estado en las regiones, le pagan en gota a gota a sus donantes. Con los recursos públicos pretenden sanar la inmensa deuda de sus campañas y asegurar la financiación de las siguientes. Un espurio emprendimiento político.

Lejos han quedado las aspiraciones aristotélicas de que los políticos fueran ciudadanos virtuosos. Distante también la reinterpretación pragmática que Max Weber realizó de Maquiavelo en donde se consideraba que la mayor virtud de los políticos era su responsabilidad, medida a su vez por resultados tangibles en código del bienestar colectivo. El arte de la política se ha degradado hasta el punto de convertirse en la burda capacidad extorsiva al gobierno de turno, en donde se transan votos por “cupos indicativos” y demás prebendas.

La única virtud que traslucen muchos de los anodinos congresistas, es la de poder acceder a Palacio y así asegurarse unos cuantos contratos para mantener financiadas sus estructuras políticas y perpetrarse en el poder.
Las causas nobles destinadas al mejoramiento de las condiciones de vida de los colombianos, quedan por lo general suspendidas en la maraña de oscuros intereses.
Fecunda así un círculo vicioso donde los liderazgos genuinos quedan casi siempre excluidos de un juego político dominado por expertos en las lides de la transacción burocrática y clientelar. En el Congreso, la animadversión popular, la pérdida de confianza y la apertura de indagaciones por parte de los organismos de control a sus , es la última de las preocupaciones.

Las causas nobles destinadas al mejoramiento de las condiciones de vida de los colombianos, quedan por lo general suspendidas en la maraña de oscuros intereses. El debate público queda supeditado a la mezquindad de una política que cada vez se escribe con una “p” más pequeña. Se condena así a la insignificancia al carácter representativo de la democracia, donde los únicos parlamentarios que se destacan terminan siendo víctimas de un sistema que parece no estar a la altura de las apremiantes necesidades ciudadanas.

Y como el Quijote al luchar contra los molinos de viento, quedan condenados unos pocos congresistas que sufren a diario la tragedia de tener que compartir el recinto congresional con una masa anónima de sujetos que desdibujan el sentido mismo de la democracia. Sus proyectos, redactados con generoso y genuino interés público, terminan casi siempre y con contadas excepciones, en el fondo de las agendas legislativas.

Es justamente en ese pequeño grupo de valientes congresistas donde reside el ultimo bastión de la esperanza democrática. Mientras perseveren en la lucha por articular el interés general y sepan cómo sobreponerlo a contaminados intereses personales, habrá razones para creer que las transformaciones necesarias son posibles.

Por estos días de profunda y preocupante turbulencia y escándalos de corrupción protagonizados por los mercaderes de la política, bien valdría entonces hacerle un llamado a la ciudadanía para que se exija un mayor grado de virtuosidad aristotélica —o siquiera weberiana— en el ejercicio de la democracia. El pueblo tiene esa llave y esa responsabilidad. El país no da espera.

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