Estamos acostumbrados a simplificar. Simplificamos conceptos, noticias, opiniones. Simplificamos también a las personas. No nos tomamos el trabajo de indagar en lo que hay detrás de una cara, de un comportamiento. Nos hacemos una idea de los demás con muy poco: un cruce de frases, una mirada, un comentario en Twitter. Estamos llenos de estereotipos y formamos en nuestra mente categorías para juzgar y clasificar a la gente: es de izquierda, facho, machista, histérica y un largo etcétera lleno de clichés.
Hay personas que tienen la capacidad de escuchar al otro, de percibir y entender lo que siente. Pero, en general, somos una sociedad poco empática. No necesitamos estar de acuerdo; tampoco se trata de no ser críticos, basta con tener una perspectiva amplia y estar abiertos a mirarnos en los demás y conectarnos con ellos. Cuando conversamos nos damos cuenta de que hay cosas que nos unen, y ponernos en el lugar del otro nos vuelve más compasivos.
La falta de empatía es universal y su búsqueda, urgente. Tanto que en varias ciudades se han desarrollado campañas que bien podríamos emular en nuestro país. La de Londres (El Museo de la empatía), la de San Francisco (Punto Medio), o la implementada por el Banco Interamericano de Desarrollo en múltiples ciudades (En otros zapatos), por nombrar algunas, son parte de las iniciativas diseñadas para que la gente interactúe con los demás desde la compasión y el deseo de saber más sobre las vidas ajenas.
¿Qué tal si hacemos un ejercicio de empatía y nos conectamos con el vecino huraño que no habla con nadie; con el venezolano que toca el arpa en una esquina de Bogotá; con el excombatiente de las Farc que siembra café y quiere darle un nuevo sentido a su vida; o con la cajera del mercado que vive sonriente, pero no sabemos nada de su vida? Todos tenemos algo que contar. Conozcamos las historias de otros sin hacer presunciones y por un momento imaginemos el mundo desde su realidad.
Ni el acuerdo de paz de La Habana ni la paz total del gobierno de Petro nos van a llevar a una sociedad en paz. Necesitamos firmar un acuerdo tácito entre todos los ciudadanos que nos comprometa a respetarnos y aceptarnos para lograr una convivencia más amable y pacífica. La empatía puede contribuir a limar la polarización en la que vivimos, reducir el matoneo y alejarnos de las múltiples expresiones de violencia que se viven en Colombia.
DIANA PARDO