Vivimos en tiempos de algoritmos. Están por todos lados. Nos rodean. Gran parte de las actividades que realizamos en nuestro día a día se ve condicionada por esta serie de secuencias de instrucciones finitas que, valga la pena decirlo, nos facilita la vida.
Lo curioso, sin embargo, es que siendo tan vitales para el presente y futuro de la humanidad, tengamos un conocimiento bien limitado de la materia.
La ruta que nos indica el Waze para ir de un destino a otro; el perfeccionamiento de la inteligencia artificial y hasta los patrullajes que hace la Policía son algunas de las actividades determinadas por algoritmos.
Seguramente eso ya lo sabían, pero ¿qué tal esto? En Inglaterra, por cuenta de la pandemia, las autoridades educativas y el gobierno de Boris Johnson ordenaron que fuera un algoritmo el que adjudicara las calificaciones de los estudiantes en sus exámenes finales. Hello-Algorithm, Bye-Bye-Profesor-Girafales. Aunque el resultado del experimento fue un desastre, sería torpe negar que avanzamos hacia un mundo plenamente algorítmico, donde inclusive la separación de bienes será decidirá por un algoritmo.
Puede que los ejemplos anteriores no nos susciten interés alguno para conocer más del tema, pues son tantos los beneficios que obtenemos que miramos de soslayo sus efectos negativos, que los hay. Si bien es una posición válida, no debería aplicar para nuestro conocimiento en los algoritmos de redes.
Es decir, la clasificación y distribución de todo el contenido que se genera en redes sociales las hacen unos algoritmos. La razón del por qué me aparece una noticia de Trump en mi Facebook o una foto de Laura Tobón en mi Instagram no es algo aleatorio, sino producto de estos, que determinan cómo se informan, o cómo consumen contenido, más de 4000 millones de personas en el mundo, 35 millones de ellas en Colombia.
En unos canales donde se mueve un mercado de más del 50% de la población del planeta, deberíamos al menos saber cómo funcionan los algoritmos de cada plataforma y cómo hacemos para que nuestros contenidos, ya sean los personales o los de nuestras marcas, puedan moverse mejor y llegar a una mayor audiencia.
Facebook, por ejemplo, tiene como objetivo acercar a la gente. Su sistema prioriza contenido que cuente con una interacción significativa -me gusta, compartidos, comentarios y respuestas-. A su vez, el contenido cobra fuerza cuando este tiene una relación directa con los intereses de la audiencia y, sobre todo, que tenga el potencial de generar conversación. Las estrategias sobre el cómo crear un contenido son amplias, pero todas deberían responder a una pregunta: ¿abre camino para conversar?
En Instagram, propiedad de Facebook, el algoritmo se rige por otras normas: tendencias del momento, interacción de doble vía con cuentas reales y contenido focalizado. Esta plataforma agrupa muy bien los nichos y si hay una buena ejecución de distribución con contenido apto, se puede construir una comunidad interesante, que es lo que al fin y al cabo buscan las marcas.
El algoritmo de Twitter le da preponderancia a la coyuntura, a los hechos del momento. Un trino que encaje con una noticia de última hora y goce de inmediata interacción será beneficiado por el sistema. Si este va además acompañado de un buen numeral y suma la participación de cuentas verificadas y cercanas, recibe un empujón del algoritmo para que se dispare su alcance. Quienes ponen tendencias en Twitter conocen muy bien su funcionamiento.
YouTube cuenta con una regla clara: se priorizará el canal que genere contenido útil, permanente y recurrente a su audiencia.
El objetivo y estrategia son fundamentales para un buen plan de redes, pero esto se torna imposible si no sabemos cómo son y cómo operan sus algoritmos.
DIEGO SANTOS
CONSULTOR DIGITAL