En los primeros días de enero el mundo parece más lento. Las ciudades despiertan más tarde, como si cada calle, cada esquina, cada casa cargara con el peso de un año viejo que aún no se va del todo. Los niños están de vacaciones y muchos adultos se han tomado unos días libres. Los correos electrónicos se acumulan, y se dejan a un lado las citas y reuniones de trabajo. Es el momento perfecto para entregarse al dolce far niente, ese dulce placer de no hacer nada y que los italianos han convertido en arte. Son días de ocio.
No un ocio convertido en sinónimo de pereza, no, sino el que nos invita a hacer una pausa que nos reinicia y nos devuelve el equilibrio. No se trata solamente de descansar, sino de sumergirse en una forma distinta de estar en el mundo. De contemplar la vida en todas sus formas, de reconectarse con la naturaleza, de sentarse a leer lo que no tenemos tiempo de leer por el ritmo frenético del día a día. De caminar sin prisa y sin destino estando abiertos a lo que encontramos por el camino. De parar. Parar para escuchar. Parar para sentir. Parar para estar.
Las sociedades modernas han secuestrado el tiempo libre. Lo han convertido en un espacio de consumo.
Nos han hecho creer que lo fundamental es producir, hacer, alcanzar, lograr. Que el éxito es una suma de horas trabajadas y objetivos cumplidos. Y puede que eso sea importante, pero el ocio nos obliga a hacerle frente a esta verdad: no somos solamente lo que hacemos; somos lo que sentimos, lo que pensamos, lo que soñamos cuando dejamos de correr y nos reconectamos con nuestra esencia.
Las sociedades modernas han secuestrado el tiempo libre. Lo han convertido en un espacio de consumo, donde la industria del entretenimiento es la que dicta las reglas. Pero el ocio, en su forma más pura, es una necesidad para nuestra salud mental y emocional, y es también una forma de resistencia contra una cultura que mide el valor de las personas en función de su productividad.
En algunos países se ha estudiado la opción de acortar las jornadas laborales justamente pensando el tiempo libre como una forma para que las personas se reconecten con su familia y con sus intereses, con el fin de fomentar una mejor calidad de vida para los trabajadores. Porque, insisto, el ocio no es un lujo, y no hay que esperar a las vacaciones, ni a los feriados ni a los primeros días de enero para hacer una pausa. En cualquier momento podemos elegir detenernos. Que en este año que comienza, defendamos el ocio como un espacio para reconectarnos con lo que realmente importa.