Diwali es una de las más notables celebraciones entre los hindúes. Aprendo en Wikipedia que esta fiesta evoca la “victoria espiritual de la luz sobre las tinieblas, del bien sobre el mal y del conocimiento sobre la ignorancia”. Que el ascenso de Rishi Sunak a la jefatura del Gobierno británico hubiese ocurrido mientras comenzaba el Festival de Diwali es una de esas coincidencias a las que no debe darse mayor significado.
Sin embargo, Sunak es practicante del hinduismo. Nieto de inmigrantes de origen hindú, su elección como líder del Partido Conservador y, por tanto, primer ministro del Reino Unido, está llena de simbolismo. Y llega a la cumbre del poder en medio de un período de caos político y crisis económica que tiene aún sumido a su país en la incertidumbre.
Importa registrar lo del simbolismo –no lo es todo en política, pero casi–.
La elección de Sunak como primer ministro británico es un hito histórico. “Una señal de progreso democrático”, la llamó The Guardian (periódico identificado con la oposición), al destacar su doble condición de ser el “primer premier de color y el primer hindú en Downing Street” (la residencia del jefe de gobierno). Por supuesto que en la prensa conservadora se reclamaba para su partido esa “victoria de la diversidad”.
Pero no se necesita adscribirse a partido alguno para reconocer, como lo hacen unos y otros, que el ascenso de Sunak es vital en el proceso de construcción de una “sociedad multicultural y multirreligiosa”, un “paso firme en la construcción de instituciones de gobierno que reflejen de manera más cercana a los gobernados”.
En otras circunstancias, el simbolismo del triunfo de Sunak habría sido recibido quizás con mucho más bombo. “Lo que debe importar son sus (PROPUESTAS) políticas”, no el origen étnico de los primeros ministros, advirtió Tomiwa Owolade en The New Statesman, al proyectar un futuro donde la diversidad se haya integrado plenamente en los sistemas políticos, alejados de exclusiones y discriminaciones.
Y hasta cierto punto el foco de atención en Sunak ha sido más bien en las medidas por venir de su istración, y en los serios desafíos para consolidar su liderazgo en un partido que ha visto cinco líderes en los últimos seis años.
No es para menos. Ante todo por la crisis económica resultante del paquete fiscal anunciado por el gobierno anterior de Liz Truss. No se conocen aún los detalles de sus propuestas, pero el nuevo primer ministro, además de su reconocido pragmatismo, trae consigo credenciales financieras y seriedad que han calmado al mercado y animado esperanzas en un clima donde aún reina el escepticismo.
El escepticismo viene en parte por cuenta de la política interna de su partido, en medio, claro está, de los disparos inflacionarios, las desastrosas consecuencias económicas del brexit y las múltiples señales de la crisis mundial de nuestra época.
“Unirse o morir” fue el mensaje de Sunak a sus copartidarios. Su gabinete es un intento de consolidar una unidad evasiva en un partido complaciente por largos años en el poder. Si hubiese elecciones mañana, los conservadores sufrirían una derrota aplastante.
Esa falta del mandato del electorado añade obstáculos al gobierno de Sunak. Es cierto que la legitimidad de los sistemas parlamentarios no descansa en las elecciones generales. Pero el repetido “déficit democrático” en las últimas elecciones de los jefes de gobierno en Gran Bretaña, con ausencia de la población mayoritaria en circunstancias tan críticas, es tan obvio como preocupante. Y debe preocupar a quienes gobiernan. Los desafíos de Sunak –enfrentar la crisis fiscal y ganar simultáneamente opinión– son gigantescos.
EDUARDO POSADA CARBÓ