El día en que se cumplió el brexit, viernes pasado, asistí en Oxford a un encuentro para estrechar vínculos académicos con colegas europeos.
La fecha fue una mera coincidencia, pero el evento fue bastante simbólico. Y lleno de paradojas. Mientras bandos opuestos preparaban festejos o funerales por la oficialización del divorcio entre la Unión Europea y el Reino Unido, otros seguían conduciendo sus relaciones como de costumbre. Brexit o no, los vínculos con Europa permanecerán y algunos buscarán mayores lazos.
Al sonar las campanas del reloj, sin embargo, las celebraciones contrarias reflejaban un país fragmentado. “Gracias a Dios”, proclamaba una periodista de 'The Daily Telegraph', importante tribuna conservadora en favor del brexit. Otro era el tono de 'The Guardian' y el 'Financial Times', al deplorar la partida. ‘Rumbo a lo desconocido’ fue el titular sombrío de 'The Economist'.
Enfrentadas a graves coyunturas, las naciones han solido esperar voces orientadoras entre sus líderes políticos e intelectuales públicos. En esta ocasión, lo notable parece ser o el triunfalismo o la desesperanza. El novelista Louis de Bernières identifica su fe en el brexit con el redescubrimiento del nacionalismo inglés, distinto del británico; si Escocia decide independizarse, allá ella. En el lado opuesto, otro novelista, Ian McEwan, condenaba el brexit como “La ambición más masoquista soñada en la historia de estas islas”.
Quizás el mayor desafío sea interno: cómo superar la polarización alimentada por el ‘brexit’ en los últimos años. La reconciliación con las nuevas generaciones será particularmente difícil.
Muy notable también en los últimos tres años, desde el resultado sorprendente del referendo del brexit, ha sido la falta de un liderazgo que unificara las voces de quienes defendían la permanencia en Europa –la mitad del electorado–. “Soy un europeo de cabo a rabo”, expresó el escritor John le Carré al recibir en Estocolmo el premio Olof Palme (estadista sueco asesinado en 1986), mientras lamentaba la falta de un Palme en su país.
Los defensores del brexit encontraron, sí, una voz que les representara en Boris Johnson, al mando hoy “del Gobierno más poderoso en una generación” ('The Economist', 1/1/2020). Todos los ojos están puestos en el rumbo que finalmente decida seguir. Pues, por más que repitan “el brexit se cumplió”, todo está aún por hacerse. Las negociaciones sobre los términos de la separación abren un panorama marcado por la incertidumbre.
Lo que sí es cierto es que el pasado 31 de enero se cerró un capítulo en la trayectoria del Reino Unido en Europa. Y tres años de agonía, en un debate prolongado que incluyó sustantivos interrogantes hasta sobre la naturaleza misma de la democracia y, por supuesto, de la nacionalidad británica.
Para muchos, de uno y otro bando, hay que pasar la página y mirar hacia el futuro con pragmatismo. La discusión ahora es sobre los detalles de la reconfiguración de las relaciones británicas con Europa y el mundo. El brexit, claro, abrirá oportunidades comerciales para algunos en un proceso de ganadores y perdedores.
Es iluso pensar en un camino libre de confrontaciones, viejas y nuevas. El dilema del brexit se trasladará inevitablemente a los niveles de alineamiento con las existentes normas europeas. Una cosa es abandonar el proyecto europeo, pero sobre la base de acuerdos, ya en comercio, ya en temas de seguridad; otra, romper toda alianza con su antiguo socio y lanzarse a jugar ‘solo’ en el mundo.
Quizás el mayor desafío sea interno: cómo superar la polarización alimentada por el brexit en los últimos años. La reconciliación con las nuevas generaciones (entre quienes se sienten despojadas de su identidad) será particularmente difícil. Mucho dependerá, claro, del resultado de las decisiones que Johnson tome en lo que resta del año.
Eduardo Posada Carbó