El arte a veces esconde interesantes reflexiones sociales y políticas en obras que parecieran no aludir a la realidad. Eso suele ocurrir con los trabajos del artista cubano José Ángel Vincench. Quien se tome el trabajo de investigar sobre su serie Liliputienses, por ejemplo, descubrirá que las pequeñas figuras abstractas hechas en hojilla de oro no solo fueron pensadas para poner al espectador a pensar y buscar similitudes con los diminutos personajes de Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. También hace alusión a la narrativa utilizada por Hugo Chávez en Venezuela para demeritar a la oposición. “Los llamaba liliputienses, pequeñas personas insignificantes, pequeños burgueses”, dice el artista.
Como bien sabe Vincench, esa estrategia es bastante común. “Encuentro similitudes con actitudes y palabras del contexto cubano. En nuestro caso, el sistema utiliza gusano o escoria para denigrar a quienes no están de acuerdo con su ideología. Irónicamente, son los cubanos que hoy mantienen a través de remesas a los familiares que se quedaron en la isla”, dice.
En la exposición ‘Palabra y poder’, que se presenta en la galería Montenegro Art Projects (MAP), en Bogotá, el cubano reflexiona sobre el papel del artista en la sociedad, a través de lo que describe como una “tensión entre el decir y el silencio”. Totalitarismo, por ejemplo, refleja con gran sutiliza el dogmatismo que exigen los gobernantes totalitaristas. En blanco y negro están pintados un rectángulo y dos cuadrados perfectamente simétricos. “Quería un diseño que mostrara formas rígidas”, explica. En La parte que más falta juega con la geometría para contar lo que significa para Cuba el exilio de sus ciudadanos: es un círculo negro incompleto, que encaja con un cuadrado en una esquina vacía. “En menos de dos años Cuba pasó de 10 a 8 millones de habitantes, y la tendencia es que la población siga disminuyendo”, dice, y cuenta que su único hermano vive en Miami con su familia.
En su obra lo abstracto no solo es un lenguaje poético; también una actitud subversiva.
A Vincench le gusta que las palabras y el arte abstracto tienen múltiples significados, y aprovecha esa característica en su arte. Antes de que anochezca –una obra en blanco y negro en la que un rectángulo y un semicírculo, superpuestos, asemejan un atardecer– siempre lo va a hacer pensar en el sol poniéndose sobre el mar en el horizonte, y a relacionar esa imagen con el exilio cubano y la autobiografía del escritor Reinaldo Arenas, que narra su vida en la isla, sus días en prisión y su huida hacia Estados Unidos. Sin embargo, disfruta con la idea de que quizá un espectador de otro lugar del mundo piense en atardeceres distintos o simplemente vea la superposición de dos figuras geométricas.
“No puedo conformarme con el destino del arte como objeto decorativo. Para mí es una plataforma de pensamiento”, dice Vincench. A través de él, el cubano reflexiona sobre la realidad y busca palabras que le permitan comprenderla y describirla. Por ello, las figuras abstractas de series como Liliputiense surgen al descomponer la palabra en las letras que la conforman, y crear un entramado de líneas que se convierten en el esquema sobre el que trabaja. Luego recubre la figura en hojilla de oro para reflejar el valor del lenguaje y su capacidad para construir realidades. “Simbólicamente el material da peso”, explica.
Como explica el cubano en el texto curatorial de la exposición, en su obra lo abstracto no solo es un lenguaje poético; también una actitud subversiva. Lo es no solo porque esconde una visión crítica de los gobernantes totalitaristas, sino sobre todo porque invita al espectador a pensar, a analizar cuidadosamente la realidad y a ser consciente del peso de las palabras.
La pensadora alemana Hannah Arendt insistía en que ello era fundamental, sobre todo en tiempos en que la política tiende a construir narrativas en las que la ideología prevalece sobre la razón y la realidad, y la reacción de una multitud es capaz de hacer que una mentira parezca realidad.