Los comienzos no tienen edad ni calendario. En cualquier momento de nuestra vida podemos empezar un nuevo proyecto. Cuando Albert Costa tuvo un infarto a sus 82 años, lo único que le preocupó es qué pasaría con los centenares de libros de su biblioteca. Había recopilado durante toda su vida, casi que de manera compulsiva, ejemplares de filosofía, literatura, historia africana, clásicos españoles de poesía, viajes y arte. Era su mayor tesoro. Si moría, ¿qué haría su único hijo con ellos?
Albert, que es ingeniero y ha viajado por todo el mundo, sobrevivió al infarto, y luego de unos días en el hospital, salió a su casa con una idea clara en la cabeza: iba a montar un local, en el corazón del barrio de Gracia, donde vive en Barcelona, en el que pudiera vender todos sus libros. Así, pensó, no solo encontraba un nuevo hogar para ellos –los libros– sino que empleaba el tiempo extra de vida que le había sido dado en lo que más quería. Llamó a su librería Espíritus de Agua.
Lo esencial es estar abiertos y seguir ese instinto porque esas ideas, al principio tímidas, tienen el potencial de transformar.
Cada uno de los estantes está repleto de libros, algunos empastados en cuero, otras ediciones baratas de bolsillo. Tomos de todos los tamaños y colores. Albert sabe con certeza dónde guarda cada uno. Le pregunté por unos cuentos de Chéjov que andaba buscando y me entregó un tomo viejo que tenía las páginas descosidas. Sin mayor problema sacó de un cajón un pegante, unió las páginas sueltas, le puso un par de bandas elásticas sobre el lomo, y me dijo que al día siguiente tendría un libro nuevo.
Desde hace cuatro años el viejo librero es un hombre feliz en su guarida y hace felices a las personas que lo visitan y se sientan a conversar con él, porque es una fuente inagotable de conocimiento. No oye bien, así que es necesario escribirle las preguntas en un papel que él mismo tiene a mano, pero eso no detiene las charlas llenas de sabiduría que comparte con una gran generosidad.
La vida siempre tiene algo más que ofrecer. A veces los comienzos llegan disfrazados y son fruto de unos días de hospital, como le pasó a Albert. Otros surgen de sueños que llevamos dormidos durante años, o brotan del deseo puro de expansión que nos lleva a lugares inesperados. Lo esencial es estar abiertos y seguir ese instinto, darle espacio, porque esas ideas, al principio tímidas, tienen el potencial de transformar nuestra vida. Así le ocurrió a este viejo sabio catalán de barba blanca y espalda encorvada, moldeada seguramente por tantas horas entregadas a la lectura.