Nos miramos al espejo y vemos, casi siempre, a aquel que queremos proyectar: al exitoso, al apuesto, al que dice frases inteligentes... ese mismo del que ponemos fotografías en las redes, como si de verdad habitáramos ese mundo en el que no existen la duda ni el fracaso, la fealdad ni las fisuras, la pobreza ni la estrechez, la soledad ni las malas compañías. No existen, al menos, para quien publica, para quien se exhibe.
Nos miramos al espejo y a veces nosotros mismos nos creemos la mentira inútil de viajes y de fama, de aciertos y de fortuna. Y hacemos gestos para descubrir el mejor ángulo... Probamos infinidad de poses: con la mano en la barbilla, como si nos pesara tanto la inteligencia que tuviéramos que ayudarle a la cabeza a cargar con tan excepcionales neuronas; con el índice estirado, como si todas las sentencias que pronunciáramos dieran en el blanco; con una ceja levantada, como si masticáramos verdades y predijéramos el futuro...
Otras veces nos miramos al espejo –porque hay días en que somos tan móviles, tan móviles... bien lo sabe el poeta– y vemos la derrota y el abandono, mientras que tantos que conocemos solo tienen espacio para el triunfo, para la felicidad, para la celebración, para la vuelta al mundo... Nos lo dicen las redes, y les creemos como si acaso no supiéramos que están llenas de mentiras y de verdades a medias, como si acaso no hubiéramos mentido en ellas también nosotros.
No nos contentamos con vivir los momentos felices: necesitamos contarle al mundo que los hemos vivido. Y, si el mundo no nos ofrece suficientes likes, empezamos a dudar de esa felicidad. La consideramos incompleta, imperfecta, fugaz.
Ahora recuerdo a esa dama de la cultura que rogaba por una reseña de sus exposiciones en las páginas del periódico, aduciendo que aquello que no quedaba en el papel era como si no hubiera existido, y para mayor claridad ponía un ejemplo: aquel que muere –decía– y su muerte no llega a las páginas del periódico, es como si no hubiera muerto. El papel de hoy es el ciberespacio, y hay muchos que necesitan verse allí y saber que son vistos, irados, y ojalá envidiados, para existir. Requieren de la aprobación de los demás tanto como del oxígeno. Y van por el mundo viendo de qué manera llamar la atención. Que para muchos es casi tanto como ir por el mundo viendo de qué manera sobrevivir.
FERNANDO QUIROZ