Celebré la reapertura del Teatro Santa Marta como si aún viviera en la capital del Magdalena. Lo celebré por todo lo que significa para una ciudad en la cual es tan escasa la oferta cultural, por las puertas que este hecho abre de par en par para que empiecen a surgir nuevas iniciativas en torno al arte, para que los samarios tengan otras fuentes de entretenimiento.
En una ciudad en la que hasta hace poco no había más que una librería –en la cual, por cierto, los libros reposaban en los anaqueles envueltos en plástico y sin la posibilidad de curiosearlos–, en una ciudad cuya oferta cinematográfica se limita a los éxitos de taquilla de Hollywood, darle nueva vida a un teatro mítico como el Santa Marta es una muy buena noticia.
Es muy grato saber que se ha recuperado una construcción representativa del art déco que abrió sus puertas por primera vez en 1949 y que llevaba tantos años deteriorándose. Pero, más allá de lo valioso de este hecho en términos arquitectónicos, resulta esperanzador que la programación de los primeros días incluya títulos como Antígona e Historia de una oveja. Porque de muy poco serviría tener un espacio maravilloso como este si no va a estar al servicio de la cultura, sino de la ramplonería.
La recuperación y renovación del centro histórico le han dado a Santa Marta un atractivo muy especial, más allá del que siempre ha gozado por su privilegiada ubicación geográfica, a pocos minutos de ese paraíso que es el parque Tay-rona y de la imponente Sierra Nevada. Este teatro que lleva el nombre de la ciudad está ubicado precisamente en el corazón de una zona que se ha ido llenando de pequeños y acogedores hoteles, de casas encantadoras, de llamativos restaurantes y de agradables rincones para compartir con los amigos.
Ojalá la reapertura del Teatro Santa Marta convenza a los propios samarios de la importancia y de los beneficios de cuidar lo bello y lo emblemático de su historia y de recuperar lo que se ha echado a perder. Un ejemplo lamentable es el sector de El Rodadero, tan atractivo hace cuatro décadas y tan descuidado y deteriorado en los últimos años.
Y, a manera de cuña, ya que nos ocupamos de una ciudad con semejante potencial, no estaría mal que de una vez por todas se preocuparan y se ocuparan de dotar a Santa Marta de un acueducto por lo menos decente. Ya es hora.
FERNANDO QUIROZ