Pensé que exageraban los científicos que hace veinte meses dijeron que ese virus recién aparecido que empezaba a multiplicarse de una manera cruel y sorprendente nos tendría en jaque por lo menos hasta finales de 2022.
No imaginábamos entonces que tendríamos que dejar de ver a los amigos tanto tiempo, que los hijos tomarían sus clases desde la casa por el resto del año escolar, que lloraríamos la muerte de muchos conocidos, que tendríamos que cancelar decenas de planes con los que habíamos empezado a soñar, que celebraríamos la Navidad conectados a un computador…
El tiempo les ha dado la razón: el virus sigue ahí… ¡y no hemos dejado de sentir pavor cuando alguien tose a nuestro lado!
Es cierto que las vacunas nos han dado enorme tranquilidad, pues es evidente el descenso en las cifras de contagio, no obstante que día tras día sigue muriendo gente por cuenta del coronavirus. Y es cierto, así mismo, que para poner a salvo la cabeza, sometida a la zozobra y acosada por el encierro, hemos empezado a tomar algunos riesgos.
Quizás sea prematuro decir que hemos aprendido a convivir con este enemigo diminuto, pero hay investigadores que creen que el coronavirus nos acompañará por muchas décadas, y quizás se quede para siempre con nosotros, como ha sucedido con el virus del sarampión, entre muchos otros.
Como en tantas relaciones entre defensores de ideologías opuestas o entre naciones limítrofes, habrá momentos de tensión y momentos de calma aparente. Tal vez una de las partes definitivamente domine a la otra o, sencillamente, el enemigo pierda agresividad. Algunos científicos no descartan que, con el tiempo, el coronavirus no genere más molestias que las de una simple gripa.
Pasados casi dos años desde su llegada, sin duda hemos resuelto muchos interrogantes sobre este virus desde lo científico. Pero me inquieta sobremanera saber qué tanto habrá cambiado la manera de pensar de la gente, si es que en algo la ha cambiado. Qué tantos cuestionamientos sobre la arrogancia de la especie humana ha generado. De qué manera nos ha enseñado a enfrentar la incertidumbre. Qué tanto nos ha acercado a esa verdad que es la muerte, y nos ha hecho comprender que forma parte fundamental de la existencia. Cada quien tendrá sus propios debates internos, invisibles para los demás, como este virus que nos cambió la vida.
FERNANDO QUIROZ