Pareciera que estamos perdiendo la guerra contra los asesinatos de mujeres por género o feminicidios. Establecer las razones sería muy complejo. Es evidente que las causas de semejantes violencias contra las mujeres son multifactoriales, como lo han resaltado últimamente muchos análisis. Pero me alegro de que por fin nos estamos acercando al reconocimiento de que los feminicidios deben volverse un problema mayor de Estado.
Tal vez deberíamos pensar el asunto desde miradas más sociológicas, incluso más culturales. Hace años, desde mi libro Los estragos del amor (Editorial UN, 1994), ya había alertado sobre un cierto clima de intolerancia a partir del análisis de frases de boleros, de baladas, de telenovelas, de fotonovelas y revistas femeninas en relación con los discursos amorosos. Tantas frases icónicas que de alguna manera nos remitían a concepciones aparentemente inamovibles de una cultura patriarcal y sus consecuentes roles de género relativos al amor como pasión-fusión. Una construcción cultural que tiene varios siglos y se instauró en contextos históricos precisos que ya tienen muy poco que ver con la sociedad de hoy. En efecto, desde hace unas tres décadas los impactos del feminismo sobre masculinidades tradicionales, y muy particularmente sobre lo que llamamos hoy masculinidades tóxicas, son devastadores: violencias basadas en el género y feminicidios por doquier, no solo en Colombia sino en el mundo entero.
los impactos del feminismo sobre masculinidades tradicionales, y muy particularmente sobre lo que llamamos hoy masculinidades tóxicas, son devastadores.
Es que el feminismo ha venido construyendo poco a poco mujeres que ya no se parecen a sus abuelas. Hoy, y después de décadas de un trabajo tenaz y obstinado en pro de derechos para ellas, las mujeres se han empoderado: la gran mayoría de ellas son autónomas, capaces de decidir sobre sus vidas, su sexualidad, su deseo o no de ser madre, sus amores y su capacidad para gestionar su vida. En fin, mujeres que están aprendiendo a asumirse como sujetas sociales y políticas. En pocas palabras, mujeres insoportables para hombres tradicionales. Y es que para los hombres, estos impactos significan un remezón total de la clásica masculinidad, un tsunami que despedaza, que fragmenta cada átomo de este bloque compacto que daba sentido a aquella masculinidad de los viejos patriarcas, pero también de estas masculinidades tóxicas de barrios, de clanes, de barras de fútbol, de heterosexualidades incuestionables y de dueños de mujeres. “Si no eres mía, no serás de nadie”, nos dijeron mil veces los corrillos de canciones. Y efectivamente, después de dos tiros en la cabeza, después de veinte ataques con armas blancas, después de 30 puños y el desmembramiento de un cuerpo que ya no reacciona, las mujeres ya no son de nadie. Y el victimario y la víctima se reencuentran, pero esta vez en una fusión sinónimo de tragedia. Tragedia para las mujeres víctimas, tragedia para los victimarios, tragedia para los núcleos familiares y muy específicamente para los hijos y las hijas de la víctima.
¿Será posible reaprender a amar, no desde una fusión pasional asfixiante y absolutizante? ¿Será posible construir un amor que permite la distancia, un amor donde existen espacios para respirar fuera de la relación, un amor que civiliza en lugar de aniquilar, un amor que no da lugar a un solo feminicidio más? ¿Será posible?
FLORENCE THOMAS
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad